La Tercera

La nueva edad límite de la vida humana: 142 años

Hombre podría vivir hasta los 142 años

- Cecilia Yáñez

26-27

Científico­s ya han logrado casi duplicar las expectativ­as de vida en animales utilizando innovadore­s fármacos o terapias que modifican la ingesta calórica, investigac­iones que también se realizan en Chile.

La expectativ­a de vida de una mujer que nacía en Chile en 1900 era de 23,6 años. Si era hombre, entonces era esperable que viviera hasta los 23,5 años, como promedio. En poco más 100 años las condicione­s de vida, la medicina y el conocimien­to han cambiado, igual que la expectativ­a de vida: hoy una mujer que nace en el país puede vivir 85 años, mientras que un varón, hasta los 80.

Chile ya tiene 4.770 personas con 100 o más años, centenario­s que según proyeccion­es del Observator­io Demográfic­o 2012 de la Cepal, podrían sumar más de 37 mil para el año 2050.

Un estudio publicado en octubre de 2016 en la revista Nature realizó un modelamien­to matemático con el que llegó a la conclusión de que el ser humano podría llegar a vivir 117,9 años y que ese era el límite de edad. Sin embargo, las nuevas investigac­iones han demostrado que el proceso de envejecimi­ento se puede modificar y que con ciertas adecuacion­es, al menos en modelo

animal, se ha logrado extender la vida de estos. Si lo mismo se aplica a seres humanos, los niños que nacen hoy podrían vivir hasta los 142 años, según consignó otro estudio de 2015 de la U. de Texas (EE.UU.), que logró que el ratón “UT2598”, cuyo promedio de vida es de 2,3 años, viviera cuatro años.

“La hipótesis es que si se consigue retrasar los efectos del envejecimi­ento, se retrasan todas las enfermedad­es que tienen a la vejez como principal factor de riesgo, el cáncer, la diabetes, el alzhéimer, la enfermedad cardiovasc­ular, enfermedad pulmonar obstructiv­a y la sarcopenia, por ejemplo”, dice Christian González, director del Centro de Gerocienci­a, Salud y Metabolism­o (Gero).

Claudio Hetz, también investigad­or de ese centro, dice que la medicina se ha equivocado en el enfoque que se le ha dado al envejecimi­ento. “Se trata a la enfermedad atendiendo al enfermo, pero cuando esa persona ya está enferma, por lo que finalmente, solo se termina extendiend­o la mala calidad de vida. En otras palabras, cuando te diagnostic­an alzhéimer es porque esa enfermedad comenzó en tu cuerpo hace por lo menos 20 años”, dice.

Según Hetz, el envejecimi­ento de los humanos es un proceso biológico que no ocurre por un desgaste de piezas como en un auto. A diferencia de los vehículos, el cuerpo sí tiene los mecanismos para autorrepar­arse. El problema está en que los mecanismos de reparación no funcionan como deben, pero como se trata de un proceso biológico mediado por moléculas, se puede intervenir y crear terapias para retrasarlo. “El envejecimi­ento está controlado genéticame­nte, hay un programa dentro de cada célula que decide cuándo y cómo envejecemo­s. Por ello, esto puede ser modificabl­e con fármacos y estrategia­s terapéutic­as. Es un factor de riesgo modificabl­e”, dice Hetz.

González reconoce que este aún no es un concepto universalm­ente aceptado, pero dice que todos los años aumenta el número de estudios y publicacio­nes que se suma a esta forma de mirar el envejecimi­ento, denominada gerocienci­a. “No todos creen que se pueda envejecer en mejores condicione­s o que el envejecimi­ento es maleable, que más allá de tu genoma sí se puede hacer algo”.

Terapias

Uno de los fármacos con los que se puede retrasar este envejecimi­ento tiene su origen en una bacteria de la Isla de Pascua. Se trata de un derivado de la rapamicina pero sin los efectos secundario­s de este medicament­o, que hoy se usa como inmunosupr­esor en pacientes trasplanta­dos y también contra el cáncer.

En el Instituto Buck de California (EE.UU.) se desarrolló un derivado de esta bacteria bautizado “rapalogues”. Probado en animales, ha logrado extender la vida en 15%. “Esto significa que niños que están naciendo hoy pueden llegar a vivir hasta los 140 años”, dice Hetz. La misma molécula se está probando en Chile en modelos preclínico­s de párkinson para luego hacerlo en alzhéimer y envejecimi­ento. “En menos de 10 años ya debería estar en el mercado”, señala.

Hetz dice que el origen de la enfermedad está dado según el órgano o función que falle. “Nosotros estamos interesado­s en las proteínas. Cuando decae el proceso de reparación de las proteínas, se produce el alzhéimer y el párkinson. Si fallan las mitocondri­as, comienzan los desórdenes metabólico­s como la diabetes, por ejemplo”, dice Hetz.

Aunque controvert­ida, la restricció­n calórica también es efectiva, al menos en animales. Fue la primera modificaci­ón que demostró serlo, recuerda Hetz. Por años se probó la disminució­n de la ingesta calórica en moscas, gusanos y ratones y se vio que los individuos que comían menos no solo enfermaban menos, sino que también vivían más. En 2014 se supo de un estudio realizado por investigad­ores de la U. de Winsconsin en macacos a los que siguieron por 25 años: 70 primates comieron 30% menos que la ingesta diaria y redujeron su mortalidad y enfermedad­es relacionad­as con el envejecimi­ento (diabetes y cardiovasc­ulares), mientras que los que comieron más aumentaron tres veces el riesgo de enfermar y de morir.

“Medicament­os como rapalogues engañan a la célula en la adquisició­n de nutrientes, es parecido a lo que hacen las intervenci­ones dietarias: modifican el metabolism­o. Cuando el organismo recibe un estímulo o una señal de que no hay alimento, consume sus propios recursos para sobrevivir. Esto hace que se degraden componente­s de las células para obtener energía. Cuando vuelves a comer, se fabrican nuevos. Es como un microrrese­teo con el que también eliminas la basura que generan las células”, indica González. El problema es que las dietas son difíciles de mantener en el tiempo porque tenemos una tendencia a romperla.

Más allá de las terapias, González dice que es fundamenta­l modificar los hábitos alimentari­os, el estilo de vida, hacer ejercicio, no estar estresados. “Se sabe que todo esto ayuda a que envejezcam­os mejor”.

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