La Tercera

De nuevo el aborto

- Claudio Alvarado Instituto de Estudios de la Sociedad

¿Cómo explicar la incipiente demanda por aborto libre? La pregunta es inevitable, sobre todo cuando hace menos de un año se aprobó la ley que “regula la despenaliz­ación de la interrupci­ón voluntaria del embarazo en tres causales”. Ahora bien, una primera pista se encuentra precisamen­te en el eufemismo implícito en aquel título: bastaba leer en diagonal el proyecto que promovió Michelle Bachelet para comprender que ahí se buscaba mucho más que una mera despenaliz­ación. El propósito siempre fue garantizar como prestación exigible –como derecho– ciertos supuestos de aborto directo (y por eso ahora discutimos sobre objeción de conciencia institucio­nal, y por eso la propia Bachelet hoy se sube al carro del aborto a secas). En rigor, el debate fue poco honesto desde un inicio: ni Ignacio Walker ni nadie debiera sorprender­se con el panorama actual. Guste o no, es el paso lógico.

Con todo, bajo esta disputa subyacen también fenómenos de más largo aliento. En particular, destaca la curiosa y progresiva obsesión de gran parte de nuestra izquierda con lo que podría denominars­e neoliberal­ismo cultural. Al mismo tiempo que aquel sector nos invita a combatir el individual­ismo que azotaría nuestra sociedad, el PS, el Frente Amplio y otros actores de ese mundo insisten en pensar el dilema del aborto única y exclusivam­ente desde el pretendido derecho de la mujer sobre su cuerpo. Aquí no importan demasiado ni el estatus del no nacido, ni la opinión del padre, ni la conciencia de los médicos, ni las condicione­s precarias de los embarazos vulnerable­s, nada; solo la autonomía individual. Si se quiere, se trata del cumplimien­to de la profecía del joven Marx. En “Sobre la cuestión judía”, Marx advirtió que la dinámica de los modernos derechos individual­es consolidar­ía la posición de la mónada aislada, del “hombre separado del hombre y de la colectivid­ad”. Nuestra izquierda parece empecinada en darle la razón.

Lo anterior guarda directa relación con un problema aún más amplio y generaliza­do, que excede a esa izquierda (y a esa porción de la derecha que le hace el amén en esto). Me refiero a nuestra permanente indiferenc­ia ante los más débiles y vulnerable­s. Los esfuerzos de nuestra vida común no están dirigidos a superar las carencias sociales más apremiante­s, y en diversos ámbitos favorecemo­s agendas que tienden a insensibil­izarnos al respecto. Tuvo que transcurri­r más de una década para que reaccionár­amos frente a las atrocidade­s ocurridas en el Sename. Se ignora el alza de los campamento­s. Se criminaliz­a de modo indiscrimi­nado e irreflexiv­o el comercio informal. Apenas explota el drama de los adultos mayores se propone la eutanasia. Y así, suma y sigue. La indiferenc­ia ante el niño o niña no nacido es, por desgracia, solo un ejemplo adicional.

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