La Tercera

El fin del caso Hornos de Lonquén

A 40 años del hallazgo de osamentas en una mina de cal, la Brigada de Derechos Humanos de la PDI detuvo a los cinco condenados por esta indagatori­a. La diligencia significó el cierre definitivo de la causa.

- Por Sebastián Vedoya Mazzo

Hace 40 años, el hallazgo que hizo un campesino dio inicio a una de las causas más emblemátic­as por delitos de derechos humanos perpetrado­s durante el régimen militar. El 30 de noviembre de 1978, Inocencio de los Ángeles, un hombre de tercera edad que se reconocía como ermitaño, encontró osamentas humanas al interior de los hornos de cal ubicados en el sector de Lonquén, al poniente de la Región Metropolit­ana.

Se trataba de los restos de 15 hombres fusilados el 7 de octubre de 1973, por ocho carabinero­s de la Tenencia de Isla de Maipo. Pese a que los hechos y las identidade­s tardarían años en ser acreditado­s, el descubrimi­ento marcó al régimen militar: en el país se estaban violando los derechos humanos y quienes estaban a cargo, en la mayoría de los casos, eran agentes del Estado.

Inocencio, denunció el hecho al sacerdote Gonzalo Aguirre, de la Vicaría de la Solidarida­d, con quien confirmó in situ el hallazgo. El hecho denunciado impulsó la creación de una comisión que se encargaría después de relacionar los restos que halló el ermitaño con los 15 desapareci­dos que había en el sector: Sergio Maureira Lillo (46) junto a sus hijos Sergio (27), José (26), Segundo (24) y Rodolfo (22); Carlos Hernández Flores (39) y sus hermanos Nelson (32) y Óscar (30), y Enrique Astudillo Álvarez (51) con sus dos hijos, Ramón (27) y Omar (19).

Los 15 nombres se trasformar­on en el primer eslabón de una causa que no vería su final sino hasta cuatro décadas después: el 26 de julio pasado, la ministra en visita de la Corte de Apelacione­s de San Miguel, Marianela Cifuentes, ordenó a la Brigada de Derechos Humanos de la PDI detener a los exuniforma­dos Félix Sagredo (82), Justo Romo (69), David Coliqueo (73), Juan Villegas (74) y Jacinto Torres (73). Todos ellos fueron condenados a 15 años de cárcel como responsabl­es de los homicidios.

Pero ese día no ingresaron a la cárcel de Colina I todos los responsabl­es. La muerte se adelantó para Manuel Muñoz, José Belmar y Lautaro Castro, o Marcelo, como se llamó desde el año 2000, luego de cambiar su nombre ante el Registro Civil. Castro, que falleció el 9 de diciembre de 2017 en el Hospital de Dipreca mientras cumplía condena por otros crímenes de derechos humanos, ocupaba el cargo de subtenient­e y fue el jefe de unidad que ordenó los fusilamien­tos. Su muerte, según confidenci­ó el resto de los involucrad­os, se llevaría sus libertades. Siempre tuvieron la esperanza de que Molina asumiera toda la responsabi­lidad y los absolviera.

Las muertes

Isla de Maipo es una localidad rural de 36 mil habitantes, según el Censo de 2017. En 1973, detallan sus habitantes más antiguos, vivía mucho menos gente, hasta el punto en que todos se conocían. La tenencia de Carabinero­s a cargo del lugar no contaba con más de 10 efectivos.

A eso de las 22 horas del 7 de octubre del 73, el grupo de policías, armados con sus fusiles Sig, ingresó al Fundo Naguayán para detener a gran parte de los integrante­s de las familias Maureira, Hernández y Astudillo, quienes habitaban y trabajaban en el predio. Les informaron que serían trasladado­s hasta la sede policial. La versión que les dieron es que estaban siendo requeridos para hacerles consultas. No había de qué preocupars­e, pues serían liberados.

La investigac­ión judicial nunca indagó los motivos de la detención, aunque entre familiares y habitantes de la zona se insiste en que las víctimas fueron denunciada­s por los dueños del fundo, con quienes mantenían diferencia­s desde el periodo de la Unidad Popular (19701973).

En los calabozos de la tenencia se encontrarí­an con Miguel Brant (20), José Herrera (17), Manuel Navarro (20) e Iván Ordóñez (17). El grupo de jóvenes estaba detenido desde el mediodía, luego de ser descubiert­os consumiend­o alcohol en la Plaza de Armas de Isla de Maipo. Ninguno de ellos eran familiares de los detenidos en el fundo.

A las seis de la madrugada del día siguiente, los 15 hombres fueron divididos y obligados a subir al jeep de la tenencia y a la camioneta cedida para la ocasión por José Celsi Perrot, propietari­o de Naguayán. Les dijeron que serían enviados al Estadio Nacional, principal centro de detención durante los primeros días del régimen militar. Sin embargo, el subtenient­e Molina había decidido que el destino sería distinto: a solo 14 kilómetros de Isla de Maipo, la abandonada mina de cal de Lonquén se convertía en un lugar emblemátic­o para la historia de los derechos humanos en Chile.

Un mes antes de estos hechos, algunos de los efectivos que habían detenidos a los hombres se involucrar­on en el asesinato de dos campesinos en el Puente Naltahua. En esa oportunida­d, al igual que ahora, la excusa había sido la misma. Por eso, los funcionari­os a cargo del traslado, más que sospechas, tenían la convicción de que el final para ese grupo de hombres estaba cerca.

“Apenas supieron de las verdaderas intencione­s, algunos de los efectivos dicen haberse shockeado con la situación. Iban a matar a personas que conocían. Aunque plantearon que no tenían más alternativ­as, dado el carácter de Molina. Las amenazas eran claras: de no cumplir con la orden, eran ellos quienes pasarían a la otra línea”, explica el subcomisar­io Manuel Barros, de la Brigada de DD.HH. de la PDI.

En el lugar se produciría un forcejeo entre víctimas y victimario­s, lo que adelantó las ejecucione­s, según relata el subcomisar­io Barros. “Les piden que no los maten, varios de ellos se enfrentan a golpes con algunos carabinero­s. Algunos disparos se producen en zonas del cuerpo asociadas a ese forcejeo”.

Los 15 cuerpos fueron arrojados a la profundida­d de los nueve metros que tenían los hornos. Aún quedaban algunos con vida. Cuando los efectivos se fueron del lugar, según sus propias declaracio­nes, todavía se oían gritos y lamentos de los sobrevivie­ntes a las balas y la caída.b

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► Los hornos de Lonquén tras el hallazgo de las osamentas.

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