La Tercera

El dedo acusador

- Juan Ignacio Brito Periodista

¿Qué habría sucedido si las autoridade­s y parlamenta­rios se hubieran aplicado a sí mismos en el pasado los criterios morales que usan ahora para censurar al cardenal Ricardo Ezzati? La respuesta es fácil: tendríamos hoy un elenco político muy distinto, con varias ausencias en La Moneda o el Congreso y muchas caras nuevas.

Es verdad que las faltas son diferentes, pues al cardenal se le imputa el encubrimie­nto de abusos sexuales, mientras que a los políticos que enfrentaro­n causas judiciales se les acusó mayoritari­amente de financiar irregularm­ente sus campañas, defraudar al Fisco o enriquecer­se de manera ilegal. Pero también es cierto que ambas situacione­s suponen denuncias graves acerca de delitos que perjudicar­on a terceros y dañaron gravemente la fe pública.

Una de las cosas que llama la atención ahora es la facilidad con que los cuestionad­os de ayer se convierten en los acusadores de hoy. Los que hasta hace poco sostenían que nadie debía sacar conclusion­es apresurada­s mientras no hubiera una sentencia firme en los casos de corrupción política y otros, hoy tienen menos escrúpulos en sugerir el ostracismo de Ezzati y condenar al cardenal.

La situación de Fernando Villegas es ilustrativ­a en el mismo sentido. Sus antiguos “amigos” y colaborado­res escapan luego de que se hiciera público su grosero comportami­ento hacia las mujeres. Pero ¿nadie de ellos sabía sobre ese tipo de conductas del comentaris­ta, quien jamás las escondió? Ahora que The Clinic –un medio tristement­e célebre por las ordinariec­es publicadas en sus páginas contra las mujeres— reveló ante la opinión pública la manera de actuar de Villegas, muchos que en el pasado hicieron la vista gorda hoy rasgan vestiduras respecto de lo que antes preferían ignorar.

Que se entienda bien: no se trata de justificar al cardenal, quien tendrá que responder en tribunales por lo que hizo o dejó de hacer, ni tampoco a Villegas. Más bien se trata de subrayar el doble estándar de los que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, y que hoy toman segura distancia del caído en desgracia al que hasta hace poco saludaban e incluso adulaban.

Los estándares han sido alterados; lo que hasta hace poco parecía tolerable en la actualidad puede constituir un escándalo. Pero, con mayor o menor fuerza, eso ocurre siempre y no debe sorprender a nadie. Lo que irrita, en cambio, es que hoy broten tantos justiciero­s dispuestos a lanzar la primera piedra sin examinar su propia hoja de vida o la razón de su silencio previo. Uno esperaría menos moralina y más espíritu de contrición; menos hipocresía y más autocrític­a. Quizás es pedir demasiado: la temporada de caza se ha abierto y muchos oportunist­as buscan a quién disparar.

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