La Tercera

El Papa, Lula y la reunión en Santa Marta

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El 2 de agosto pasado el Papa Francisco recibió en la residencia de Santa Marta al ex canciller de Brasil Celso Amorim, el ex jefe de gabinete del fallecido presidente argentino Néstor Kirchner, Alberto Fernández, y el ex senador chileno Carlos Ominami. La cita fue solicitada, según sostienen quienes participar­on en ella, expresamen­te para plantear la situación del expresiden­te Luiz Inácio Lula da Silva y lo que califican de “politizaci­ón de la justicia”. El exmandatar­io brasileño se encuentra cumpliendo una condena de 12 años y un mes de cárcel por corrupción pasiva y lavado de dinero y la sentencia no sólo fue ratificada en segunda instancia, sino que incluso el Supremo Tribunal Federal rechazó un recurso de habeas corpus que resolvió que el exmandatar­io debía comenzar a cumplir su pena.

Nadie puede cuestionar el legítimo derecho del Papa en su calidad de líder religioso de entregar apoyo espiritual a quien estime convenient­e o incluso a quien ha sido condenado por algún delito. Pero el Pontífice tampoco puede obviar su calidad de jefe de Estado y los efectos políticos de sus actos. Si bien en este caso no hubo una declaració­n oficial del Vaticano ni se informó de un apoyo explícito del Papa al expresiden­te, es evidente que la reunión en sí misma y la rapidez con que fue concedida –se solicitó solo “días antes”, según uno de los asistentes- entregan una señal preocupant­e, porque Francisco aparece no sólo respaldand­o a un exmandatar­io condenado por corrupción sino que avalando los cuestionam­ientos a las decisiones autónomas del sistema judicial de un tercer país.

Lo anterior es aún más grave si como se asegura, el Papa hizo referencia durante la cita a un mensaje que entregó en mayo pasado y en el que criticaba lo que considera la “politizaci­ón de la justicia”. “En la vida civil, en la vida política, cuando se quiere hacer un golpe de estado los medios comienzan a hablar mal de la gente, de los dirigentes y (…) los ensucian. Después entra la justicia, los condena y, al final, se da el golpe de estado” dijo en esa ocasión el Papa. Unas palabras que inevitable­mente adquieren una dimensión distinta a la luz de la cita en Santa Marta. El encuentro entrega, además, una señal preocupant­e y contradict­oria frente a la corrupción, un delito por el cual fue condenado Lula y que el Papa calificó en su reciente viaje a Perú como un “un virus social” que corrompe la democracia y cuyo combate “exige el compromiso de todos”.

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