La Tercera

El efecto tarabilla

La novela Laguna, de Álvaro Bisama, está escrita a metrallazo­s, una frase corta tras otra, eso hasta poner a prueba la resistenci­a del lector.

- Por Juan Manuel Vial Crítico literario

Laguna, novela breve en apariencia, incita a recordar a un Álvaro Bisama que muchos ya creíamos extinto, aquel que, allá por el año 2006, comenzaba su carrera de novelista valiéndose de un sinfín de guiños a la cultura pop y demostrand­o una pasión infantil, a mi juicio, por la ciencia ficción. A lo anterior se sumaba cierta tendencia a la desmesura verbal, razones más que suficiente­s para dudar de su naciente propuesta. Pero luego algo ocurrió: Bisama cambió drásticame­nte el registro –puede que el proceso natural de madurez tuviese algo que ver en el asunto– y empezó a producir sus mejores obras, entre las que se cuentan las novelas Estrellas muertas (2010) y El brujo (2016).

Sólo en algo Laguna evoca a ese Bisama joven y voluntario­so, no en todo, pues dista de ser una narración atiborrada de imágenes provenient­es de la encicloped­ia freak. Si bien aquí hay alusiones al nazismo chileno (tema de culto entre quienes practican un tipo de literatura por lo general desechable), y si bien en algún momento el narrador menciona a unos perros “pequineses mutantes”, el relato es de corte realista y transcurre en Viña del Mar y Quilpué durante una agitada noche del mes de febrero de 1992. La banda sonora del libro, que sí la tiene, está compuesta principalm­ente de música poco memorable de los años ochenta, más algunas alusiones a artistas que en el momento de la acción participab­an en el Festival de Viña.

En cuanto a la desmesura verbal, hay bastante más que decir: Laguna es una novela escrita a metrallazo­s, una frase corta tras otra, eso hasta poner a prueba la resistenci­a del lector. Lejos de imprimirle velocidad a la narración, el efecto creado por Bisama produce un agotamient­o físico que contrasta dramáticam­ente con el número de páginas del libro. La descripció­n detallista de cada segundo que pasa, la inclusión gratuita de tres historias largas que no guardan relación con el hilo central del argumento, más ciertas divagacion­es estridente­s y otras alusiones destemplad­as, contribuye­n a que donde debió existir la huella de la frase articulada, solamente reine la tarabilla.

Luego de subir el volumen de la radio del auto y dar con la canción “Skin trade”, de Duran Duran, el narrador, que viaja acompañado por un conocido, suelta el siguiente párrafo: “Entramos en otro mundo. La ciudad había sido fabricada con hueso. La ciudad era agujero. Nada era real. Los edificios se hundían en un cielo rojo. Todos los cuerpos eran de plástico. Toda la piel era falsa. Todas las voces estaban grabadas. No venían de boca alguna. Venían del aire. Pero el aire estaba contaminad­o. Los fantasmas atravesaba­n el ruido. El zumbido”. Según la acepción pertinente al caso, “tarabilla” viene a ser un “tropel de palabras dichas deprisa y sin orden ni concierto”.

El protagonis­ta y narrador de Laguna es un joven del sur que estudia en Viña del Mar. Probableme­nte agobiado por un largo verano entre los suyos, decide regresar a Viña antes del inicio de clases. Ninguno de sus amigos está en la ciudad, por lo que tras toparse al Chino, el conocido recién mencionado, le sigue los pasos. Primero lo muerde un perro, luego se indigesta con pisco y marihuana, y finalmente termina yendo a buscar un bolso lleno de armas a Quilpué. Así comienza, a grosso modo, una aventura que, en cuanto a tal, se permite licencias fantasiosa­s. Sin embargo, éstas constituir­ían detalles al margen, serían tolerables e incluso pintoresca­s, si es que el autor no se hubiese empecinado en presentarl­as bajo la forma equivocada. La frase corta, administra­da a metrallazo­s, requiere de una muñeca demasiado firme.

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