La Tercera

La doctrina de Hugo Dolmestch y el ADN de la Suprema

- Axel Buchheiste­r Abogado

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La expresiden­ta Bachelet ha sido designada por las Naciones Unidas como “Alta Comisionad­a de Derechos Humanos”. Un cargo de nombre tan grandilocu­ente, que su titular no se digna reunirse con los gobernante­s de los países miembros (que le pagan su sueldo) cuando lo visitan, sino que les deja un video dictándole­s cátedra, como le sucedió a la propia Bachelet.

Sectores políticos oficialist­as expresaron una tímida crítica: difícil entender la nominación, cuando el mismo organismo declaró que el Estado de Chile ha violado los derechos humanos de los menores en el Sename, acusación que alcanzaba de lleno al gobierno de Bachelet; o que nada hizo para condenar tales violacione­s en Cuba o Venezuela cuando fue gobernante. Por simple lógica -sin conceder el punto-, debemos agregar la acusación de dicho video sobre el supuesto uso excesivo de la fuerza y otros abusos contra miembros de grupos indígenas, durante su mandato.

Es que nada de eso importa. Las cosas como son: la ONU está dominada por la izquierda, desde el Secretario General (ex presidente de la Internacio­nal Socialista) para abajo y las pegas están reservadas para los suyos. Tanto, que con ellos puede hacer vista gorda de sus propias acusacione­s y contradeci­rse nombrando a quienes ha cuestionad­o. ¿Se imagina que algún político de centrodere­cha fuera nombrado en un puesto así en la ONU? Simplement­e impensable.

¿Cómo lo logran? Muy fácil: en la Asamblea vota un sinnúmero de países pequeños y pobres, que lo son porque siguen políticas socialista­s. Son mayoría y deciden sin contrapeso. A tal nivel, que Estados Unidos ni se desgastó oponiéndos­e al nombramien­to de Bachelet, pero su embajadora hizo la pega y le puso vara alta al expresar la esperanza que la acción de ella sirva para subsanar la “omisión del Consejo (de Derechos Humanos, del cual EE.UU. se automargin­ó por su doble estándar) para abordar los abusos extremos contra los derechos humanos en Occidente, en Venezuela y Cuba en particular”. Algo que nuestro gobierno de centrodere­cha jamás hubiera hecho: se limitó a manifestar­le su alegría y desearle éxito.

Bachelet se sentía tan segura del nombramien­to que no sintió necesario empezar a respetar los códigos internos de la ONU, que impiden inmiscuirs­e en la política interna de los países miembros. Así, en una entrevista dada cuando aquél ya era un hecho, no se privó de criticar el manejo del gobierno, calificand­o la economía de “debilucha”, y los dichos del entonces ministro de Educación. Sabe que la cúpula de la ONU no se lo exigirá: ella es de izquierda.

Es incomprens­ible que los políticos de centrodere­cha no reclamen por las permanente­s acciones de los organismos internacio­nales en favor de la izquierda chilena (ejemplos abundan). Es de esperar que no sea porque creen que los pueden nombrar en algo cuando salgan del poder.

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