La Tercera

Los cafés con piernas que sobreviven a la ola feminista

- Por Sylvia Eyzaguirre

16-18

La cuarta revolución industrial ya comenzó y avanza a gran velocidad. En ella convergen las tecnología­s digitales, físicas y biológicas, que cambiarán la forma en que vivimos y nos relacionam­os. En pocos años más los autos serán inteligent­es y no requerirán conductor, existirán aviones comerciale­s que se demorarán tres horas entre Londres y Nueva York, la medicina cambiará radicalmen­te con los avances de la ingeniería genética, los remedios se fabricarán según el perfil genético de cada persona, las industrias estarán manejadas por máquinas inteligent­es capaces de tomar decisiones autónomame­nte y cooperar entre ellas. Estos avances tendrán una repercusió­n nunca antes vista en el mundo del trabajo; se estima que en 15 años cerca del 50 por ciento de los trabajos que hoy existen desaparece­rán. La consultora Accenture estimó en 2015 que esta revolución industrial podría agregar 14 mil millones de dólares a la economía mundial en los próximos 15 años.

Según los expertos, la cuarta revolución industrial tiene la potenciali­dad de aumentar los niveles de ingresos y mejorar la calidad de vida de la gente, pero solo se podrán ver beneficiad­os los países que han generado las condicione­s para adaptarse a este nuevo cambio. Alemania fue el primer país en establecer en su agenda de Estado la estrategia de alta tecnología para enfrentar los desafíos que depara esta nueva revolución. Otros países desarrolla­dos, tanto de Europa como de Oriente, han incorporad­o a sus agendas de largo plazo medidas para prepararse para este futuro altamente tecnologiz­ado.

Y nosotros, ¿estamos preparándo­nos? Lamentable­mente no. Chile no solo no tiene una política de Estado en esta materia, sino que además no ha implementa­do medidas en los distintos ámbitos para enfrentar este escenario. Por ejemplo, mientras en nuestro país la inversión en investigac­ión bordea el 0,2 por ciento del PIB, en los países de la OCDE el promedio es de 2 puntos porcentual­es y en países como Corea del Sur la inversión es cercana a 5 puntos. Es verdad que a diferencia de los países desarrolla­dos nosotros tenemos problemas que son urgentes, como terminar con la pobreza, con los campamento­s, ofrecer un mejor servicio de salud y mejorar las pensiones de los adultos mayores más vulnerable­s, entre otros. Pero si no invertimos hoy en investigac­ión, innovación y tecnología, las urgencias que tendremos en el futuro serán aún mayores a las que enfrentamo­s hoy.

En el último tiempo se han realizado iniciativa­s en esta dirección, pero resultan absolutame­nte insuficien­tes si no se enmarcan dentro de una estrategia nacional. La reciente creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología no es un avance si solo administra­rá pobreza. Para que este ministerio tenga sentido, debemos hacer un sacrificio como sociedad y aumentar de forma importante la inversión en investigac­ión, innovación y tecnología, asumiendo que esos recursos dejarán de ir a otras áreas que son importante­s. La Comisión Nacional de Productivi­dad, creada en 2015, ha entregado informes y estudios para mejorar la productivi­dad del país, pero su mirada es estrecha, consecuenc­ia de su composició­n (solo participan economista­s e ingenieros), impidiéndo­le ofrecer medidas más comprensiv­as para mejorar nuestra productivi­dad.

El Presidente Piñera tiene la oportunida­d de llegar a un gran acuerdo nacional en esta materia, convocando a una comisión de expertos para que presenten una estrategia nacional de largo plazo con financiami­ento asegurado, aprobada por el Congreso Nacional, que permita a Chile prepararse para esta cuarta revolución industrial que ya comenzó.

“El Ministerio de Ciencia no es un avance si solo administra­rá pobreza”.

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