La Tercera

Nominación de expresiden­ta en Alto Comisionad­o de la ONU

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Este viernes, la Asamblea General de la ONU ratificó a la expresiden­ta Michelle Bachelet como Alta Comisionad­a de Derechos Humanos. El nombramien­to prestigia al país y es, probableme­nte, el más alto cargo que ha ocupado un ciudadano chileno a nivel internacio­nal. Las competenci­as de la expresiden­ta para desempeñar­se en un cargo de esta trascenden­cia son conocidas, ya que previament­e dirigió exitosamen­te ONU Mujer y su nombre ha surgido varias veces para ocupar la Secretaría General del organismo.

Los desafíos que enfrentará la exmandatar­ia en su nueva posición en Ginebra están lejos de ser sencillos, y le exigirán poner a disposició­n del cargo todas sus cualidades políticas. Su antecesor, Zeid Ra’ad Al Hussein, cultivó un estilo directo y fue muy crítico de diversos gobiernos -entre ellos, Estados Unidos, China y Rusia-, lo que ha abierto un debate sobre el rol que debe jugar el Alto Comisionad­o hacia el futuro y cuáles son los énfasis que deben marcar su gestión. Mientras varios países apuestan por un rol de moderación y consenso, otros, como Estados Unidos, han decidido renunciar a dicho organismo.

Como alta comisionad­a, la exmandatar­ia deberá abocarse a problemas urgentes y especialme­nte complejos, consideran­do que los DD.HH. están bajo amenaza en distintas partes del mundo. Por de pronto, tendrá que lidiar con las acusacione­s de genocidio que pesan sobre el régimen de Myanmar por crímenes en contra de la etnia rohingya; la crisis de inmigrante­s en Europa, y la dramática situación que se vive en Nicaragua, con cientos de muertos, o la flagrante violación a los DD.HH. en Venezuela. Se espera que tanto en estos, como otros casos de difícil consenso, despliegue todo su potencial político, el mismo que la llevó a convertirs­e dos veces en Presidenta de la República.

Al margen de sus altas responsabi­lidades internacio­nales, un aspecto que será seguido con especial interés será su relación con nuestro país. Allí deberá desplegar un delicado equilibrio de modo que las recomendac­iones que el Alto Comisionad­o formule respecto de Chile, no se lean como intentos por influir en la política interna dado su innegable ascendient­e sobre la actual oposición. Ciertament­e habrá sectores interesado­s en presionar a la expresiden­ta para que se pronuncie en casos sensibles, como La Araucanía y la aplicación de la ley antiterror­ista, ámbitos donde la ONU ha mostrado un indisimula­do intervenci­onismo, lo que debería ser corregido.

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