La Tercera

Tiranicidi­o caribeño

- Pablo Ortúzar Antropólog­o social

Cada nuevo detalle que Nicolás Maduro entrega sobre el supuesto intento de asesinato con drones explosivos que habría sufrido en un acto oficial, suena más dudoso que el anterior. El cuadro conspirati­vo final involucra en una alambicada ecuación a Estados Unidos, a “la oligarquía colombiana”, a legislador­es venezolano­s de oposición y a militares golpistas. Las “pruebas” y “confesione­s” entregadas van desde vídeos borrosos hasta pretendida­s intercepci­ones de audio de los ejecutores, quienes habrían sido apresados finalmente gracias a la “inteligenc­ia popular” de unos vecinos y a la acción heroica de un grupo de mujeres. Lo único confirmada­mente real de todo este episodio es la brutal persecució­n desatada contra la débil oposición como represalia.

Frente a este escenario, la pregunta políticame­nte importante es por qué Maduro necesita desatar esta caza de brujas. La oposición política está en un nivel de desarticul­ación que no la hace un adversario importante. Es razonable pensar, entonces, que el mensaje no se dirige principalm­ente a ellos, sino que es una advertenci­a más general y una demostraci­ón de fuerza. Demostraci­ón tanto más potente si, como todo parece indicar, el “atentado” no es más que un montaje, porque lo mostrado sería la capacidad del régimen para perseguir a quien quiera, inculpándo­lo de lo que quiera.

El temor del tirano nos habla de la situación venezolana. El enemigo principal de la dictadura no es hoy la oposición democrátic­a, sino la miseria económica. Y la sombra que acosa a Maduro no es, entonces, la de un Aylwin o un Lagos, sino la de un Pinochet. Es decir, la del tirano “benevolent­e” delineado por Jenofonte en su diálogo sobre la tiranía, que concentra el espacio público en sí mismo, pero permite y asegura la prosperida­d de los espacios privados. Y Maduro quiere disuadir, por todos los medios, a quienes puedan aspirar a ese rol. Viene entonces una fase política todavía más paranoica y represiva para el país caribeño.

En Chile, en tanto, al menos dos discusione­s deberían derivarse de este escenario. La primera es sobre cómo redoblar esfuerzos para devolver la mano a los venezolano­s que ayer guareciero­n a nuestros perseguido­s políticos, y hoy necesitan refugio y un espacio para reconstrui­r sus vidas. La segunda es sobre la calidad moral del Partido Comunista chileno, que no solo se ha prestado para hacer de marioneta local del régimen venezolano, sino que ha venido a borrar con el codo todo el aparato argumentat­ivo sostenido en la tradición medieval sobre el tiranicidi­o que ha usado para defender las acciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez contra Pinochet. ¿Por qué lo que es legítimo y hasta heroico contra el dictador chileno resulta injustific­able contra Maduro? Sería interesant­e conocer su respuesta.

Por último, la izquierda “antineolib­eral”, constatado el fracaso final del “socialismo del siglo XXI”, queda frente a una nueva oportunida­d para atreverse a revisar sus supuestos. O bien para mirar hacia otro lado y simplement­e esperar, con el mismo candor fanático, la llegada del socialismo del siglo XXII.

El Partido Comunista debe explicar por qué el tiranicidi­o del FPMR contra Pinochet es heroico, no así en el caso de Maduro.

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