La Tercera

Lo que cae de Maduro

- Por Daniel Matamala

“Un líder por la dignidad y la justicia social en Cuba y América Latina”. Así definió la próxima Alta Comisionad­a de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos al dictador Fidel Castro, quien gobernó medio siglo violando sistemátic­amente las garantías fundamenta­les que ahora Michelle Bachelet deberá promover a nivel mundial. Ese no fue un exabrupto personal; Bachelet hizo la declaració­n en 2016, como Presidenta de la República de Chile. Cinco años antes, también como presidenta, salió presurosa de una actividad oficial en La Habana ante el anuncio de que Fidel había tenido a bien recibirla. Un entusiasmo más adolescent­e que presidenci­al, que terminó en bochorno: tras el encuentro, Castro publicó una carta en apoyo a la demanda marítima boliviana contra Chile.

Al recordar su exilio en Alemania Oriental, Bachelet suele presentar con una luz positiva ese régimen. En 2015, durante una gira a El Salvador, puso a la RDA como ejemplo por su red de protección de la infancia. Y en 2006 dijo al diario alemán Die Zeit que fue “muy feliz” en Alemania Oriental, en una entrevista que coincidía con el aniversari­o 45 del Muro de Berlín. Sí, ese muro levantado por el régimen para encarcelar a su propio pueblo mientras lo controlaba con un sistema orwelliano de espionaje de sus vidas cotidianas.

Lo que estos episodios tienen en común es la primacía de la subjetivid­ad personal sobre los principios universale­s y las posiciones de Estado. Sin duda, para Bachelet, como para millones de jóvenes de su generación, Fidel Castro fue un ídolo a quien siguieron con el entusiasmo de los fans de una estrella pop. Y para ella, Alemania Oriental, como para tantos otros exiliados de la dictadura de Pinochet, fue un refugio en tiempos brutales.

Eso es comprensib­le en el ámbito íntimo. Pero presentar ambas tiranías desde un prisma favorable, omitiendo su estela de muerte y represión, es inexcusabl­e cuando ese discurso se hace desde la presidenci­a de un país comprometi­do con el respeto universal de los derechos humanos. Esos que no pueden ser conculcado­s por promesas de futuro esplendor, prestacion­es sociales o –como algunos aún lo hacen con los crímenes de Pinochet en Chile- leyendas de orden y prosperida­d.

Como Alta Comisionad­a, Bachelet tendrá la responsabi­lidad de ser la voz de las víctimas y liderar la respuesta internacio­nal contra los represores. Un mandato que no tiene letra chica: no es proteger a perseguido­s de izquierda o de derecha, ni responder a las acciones de regímenes de uno u otro lado del espectro político.

Una de sus tareas más urgentes es Venezuela. Como presidenta, se negó sistemátic­amente a condenar la deriva dictatoria­l de Nicolás Maduro, y se limitó a declaracio­nes tibias, como el recurso retórico de ofrecer “apoyo al gobierno y al pueblo de Venezuela”, cuando ese gobierno es el que reprime brutalment­e a ese pueblo.

Incluso esta semana, mientras se conocía su designació­n como Alta Comisionad­a, la expresiden­ta dijo a The Clinic que “hay una situación muy compleja económica y humanitari­a”, y que la crisis no encuentra solución porque “hay demasiada desconfian­za (…) entre la oposición y el Presidente Maduro”.

¡Cuánta distancia entre los eufemismos de Bachelet y la claridad de su antecesor, el actual Alto Comisionad­o! El jordano Zeid Ra’ad al Hussein no tiene pelos en la lengua para denunciar en sus informes las constantes violacione­s de los derechos humanos en Venezuela. En respuesta, Maduro lo ha tratado de “golpista”, “militante del fascismo” y “pieza del Departamen­to de Estado, enquistado como un tumor”, entre otras gentilezas.

Michelle Bachelet tiene una gran ventaja para su nuevo cargo: su historia personal como víctima de la tiranía de Pinochet le da una enorme legitimida­d.

Su desafío es estar a la altura de ese prestigio. Y para ello debe desprender­se de sus afinidades personales y de sus lealtades políticas, para denunciar a represores y ponerse decididame­nte del lado de las víctimas, tanto en Siria como en Venezuela, tanto en China como en Nicaragua, tanto en Camboya como en Cuba.

En suma: en vez de ser fiel a Fidel, hacer lo que cae de Maduro. Exactament­e lo que no hizo como presidenta.

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