La Tercera

DD.HH. de la peor manera

- Óscar Guillermo Garretón Economista

La violación de derechos humanos ha reaparecid­o de la peor manera en estos días, de la mano de declaracio­nes en 2016 del ahora ministro de Cultura sobre el Museo de la Memoria y de la acusación constituci­onal contra ministros de la Corte Suprema por fallos que alivianan penas a presos en Punta Peuco. Lo del ministro no tiene arreglo. Su presencia en el gabinete se transforma en un lastre mucho mayor que el ministro Varela. Si se siente comprometi­do con la causa de su gobierno, debería tomar él la iniciativa de renunciar. Es peligroso nombrar en gabinetes a escritores de libros, columnas u otros; y si lo hacen, la pesquisa sobre sus dichos debe ser particular­mente acuciosa.

Sin embargo, el otro hecho me preocupa aún más. No puedo evitarlo. Tampoco me gustó el fallo, pero la acusación constituci­onal al Poder Judicial que ha motivado a miembros del Poder Legislativ­o me revivió el fantasma del acuerdo de la Cámara de Diputados del 22 de agosto de 1973, declarando la inconstitu­cionalidad del gobierno del presidente Allende.

Parte de los que aprobaron entonces ese acuerdo no querían el golpe de Estado y después no lo respaldaro­n. Pero, también esa vez, el camino al infierno se pavimentó con inadverten­cias y buenas intencione­s. Ese acuerdo fue esgrimido por los golpistas como bendición constituci­onal a su propósito, que se materializ­aría menos de un mes después.

Recuerdo los diálogos agitados en los pasillos del Congreso entre diputados de oposición y gobierno de entonces. Yo, diputado, enrostré su voto a Bernardo Leighton, a quien quería y de cuya consecuenc­ia democrátic­a jamás, ni entonces ni después, he dudado. No recuerdo las palabras exactas, pero le dije al “padre Bernardo”, como lo apodaban, que la aprobación de ese acuerdo, lo quisieran o no, significab­a que un poder del Estado negaba la constituci­onalidad en el actuar de otro, otorgando un manto de legalidad a un golpe de Estado cuya fragua era manifiesta. “¡Barbas –me respondió, así me decía, porque la usaba–, siempre tú exagerando las cosas!”.

El uso persistent­e que la dictadura hizo luego de ese acuerdo muestra cuánto le sirvió para justificar su acción armada y la represión desatada después. No era mi temor el exagerado, sino la despreocup­ación de algunos que lo aprobaban, creyéndolo solo una escaramuza más.

Es cierto, no estamos en agosto de 1973, pero qué quieren, me lo recordó la acusación de ahora, nacida del rechazo al actuar de otro poder del Estado. El debilitami­ento de las institucio­nes afecta a Chile y deja más inermes a quienes no tienen poder. No hay hecho más desestabil­izador que un poder del Estado deslegitim­e las decisiones de otro. Peor aún si el motivo que lo inspira no es más que lograr un momento fugaz de unión, mientras se elude explorar las bases de una concordanc­ia consistent­e sobre el futuro. Les ruego que mediten bien lo que están haciendo.

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