Pobreza energética
En la cena de la industria eléctrica, el Presidente Piñera dijo que Chile era pobre en las energías del siglo pasado, pero muy rico en las energías del siglo XXI. En otras palabras, Chile enfrenta una oportunidad histórica de convertirse en líder en la generación renovable y en la transformación hacia una sociedad con energías limpias. Esta visión contrasta con la realidad de las ciudades, donde se calefacciona o cocina con leña, combustibles fósiles o con artefactos de combustión abierta.
Pero el mayor desafío para que seamos un líder de la transición energética radica en la posibilidad de descontaminar nuestras ciudades, liberándonos de la quema de leña húmeda. Muchos dirán que es un tema cultural o que mientras haya pobreza se seguirá quemando leña y parafina. Pues bien, aquí es precisamente donde podemos hacer un cambio de paradigma y atacar el problema de la pobreza energética, que afecta a familias que habitan viviendas mal acondicionadas y cuyos ingresos no alcanzan para satisfacer sus demandas mínimas de energía.
Estudios en España indican que se deben alcanzar los 16 °C al interior de la vivienda para que no aparezcan episodios de enfermedades respiratorias en niños y ancianos. Las enfermedades cardíacas comienzan a aumentar cuando la temperatura intradomiciliaria no logra alcanzar los 12 °C, especialmente en personas de la tercera edad. La mejor calefacción es una casa bien aislada y bien orientada (y muy bien construida), tal como se exige por norma a cualquier vivienda construida con subsidios del Estado. Desde 2012, Chile es el primer país latinoamericano en contar con un sistema de evaluación y calificación energética de viviendas. Se han evaluado más de 40 mil viviendas y este año se espera calificar otras 12 mil. Si las actuales viviendas sociales ya cuentan con buenos sistemas de aislación, lo que resta es acondicionar el stock existente y cambiar la matriz doméstica.
Dirán que el costo de medidas como estas será muy alto, pero si descontamos los enormes costos sociales y económicos de la atención de salud, y la cada vez más accesible tecnología de bombas de calor y precios de la electricidad decrecientes, lo más probable es que los beneficios superen los costos.
Si logramos implementar políticas agresivas de acondicionamiento térmico, gracias a la tecnología de medidores digitales remotos se podrían generar subsidios a la demanda, de manera que se focalicen incentivos directos para que hogares vulnerables transiten hacia tecnologías de calefacción y cocción limpias. De esta forma dejaríamos atrás los problemas de contaminación del siglo XX y erradicaríamos para siempre a la pobreza energética.