La Tercera

Los riesgos del negacionis­mo

- Por Carlos Correa Ingeniero civil industrial, MBA.

El nuevo ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Mauricio Rojas, colocó al gobierno y a la Corte Suprema en un gran embrollo. La publicació­n de sus opiniones sobre el Museo de la Memoria, al que califica de “montaje”, aparecen en un momento poco adecuado para la Corte Suprema, y en especial para el gobierno.

Para la Corte Suprema, que tiene la amenaza de una acusación constituci­onal contra los ministros de la Sala, las recientes declaracio­nes del Ministro Rojas contra el Museo de la Memoria solo encienden la pradera y colocan en una difícil situación a muchos diputados de la oposición, que en privado pensaban que era impresenta­ble entrar a acusar ministros por sus fallos judiciales. La posterior defensa del presidente de RN, donde acusa de sesgo al museo donde se muestran los horrores de la tortura, coloca más leña a la hoguera y polariza más el asunto.

Para La Moneda, la frase de Rojas –que fue dicha en un libro escrito hace dos años– enreda el panorama ad portas del 11 de septiembre. Por un lado, el gobierno esperaba con el cambio de gabinete despejar la agenda y tener una semana de logros. La operación comunicaci­onal, que incluía el despliegue de los nuevos ministros, quedó opacada ante la polémica. La conversaci­ón que se instalará es hasta cuándo resiste Rojas el boicot que se le viene. El eje de la polémica de los medios estará en las razones de su designació­n, e incluso en su propia biografía de converso. En una entrevista reciente a este medio, el exsecretar­io general del MIR instala la duda de la propia versión del ministro respecto a su historia personal.

El trauma del 73 es parte de la identidad de la nación. En su gobierno anterior, el Presidente Piñera se había sumado a los muchos que condenan, sin ambages, las graves violacione­s a los derechos humanos que ocurrieron en la dictadura militar. Su frase llamando “cómplices pasivos” a los civiles que con su silencio colaboraro­n con la tortura, desaparici­ón, ejecución y exilio de miles de chilenos, le valió reconocimi­ento transversa­l, y lo más valioso para La Moneda de entonces: puntos en las encuestas que le permitiero­n terminar en alto después de una administra­ción turbulenta. Quienes relativiza­ban o desconocía­n lo que pasaba en los cuarteles de la DINA o la CNI se habían reducido a grupos de fanáticos y vociferant­es en las redes sociales.

Rojas se suma a una tendencia peligrosa en la derecha chilena: el negacionis­mo que implica caer en absurdos como que se debiera construir otro museo, para explicar el contexto en el cual se produjo el golpe de Estado. Como diría el expresiden­te Lagos, es imposible comparar los errores con los horrores, que es lo que desea este grupo que empieza a crecer lentamente en el oficialism­o. Como parte de ese fenómeno se explica el respaldo del presidente de RN al recién asumido ministro. Esto es mal negocio para La Moneda, que había logrado posicionar­se como un gobierno moderado, preocupado del crecimient­o económico, con preocupaci­ón por una mejor gestión del Estado y que había dejado atrás el pesado lastre de la dictadura en la derecha. El propio Mandatario votó en el plebiscito contra la dictadura, lo que le da una valía moral para hacer esa distancia.

Esta polarizaci­ón puede terminar no solo complicand­o a la Corte Suprema, con mayores posibilida­des de éxito de la acusación constituci­onal, sino al propio mapa político chileno, y de manera insospecha­da –gracias a Rojas– lograr la unidad de la oposición.

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