La Tercera

GESTIÓN POLÍTICA Y CAÍDA EN EXPECTATIV­AS

Aducir limitacion­es políticas para no intentar lo que el país requiere para reimpulsar el crecimient­o alimenta el pesimismo.

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El desempeño de la economía chilena fue brillante, por largos años, y sustentó un ambiente de estabilida­d política. Los gobiernos de la Concertaci­ón se iniciaron justo cuando se disipaba la extrema sequía financiera que representó la crisis de la deuda de los años ochenta; con una banca recién capitaliza­da y preparada para volver a prestar; con muchas empresas estatales recién privatizad­as y en condicione­s de enfrentar un fuerte desarrollo; con muchos sectores abiertos a la pujanza privada; y todo ello sobre la base de un peso del fisco acotado y una buena institucio­nalidad laboral y tributaria.

Ahora, tras el gobierno de la Nueva Mayoría, ese escenario propicio para el crecimient­o ya no está. El Estado viene de capturar nuevos sectores, particular­mente educación, que estarán requiriend­o de la extracción de nuevos recursos del sector privado; la reforma tributaria restó incentivos y recursos al emprendimi­ento y, en el mejor de los casos, podríamos estar llegando al fin del período de ajuste a la baja de la inversión provocado por dicha reforma, para volver a una “normalidad” más restrictiv­a, por excesiva presión fiscal, porque hay más incertidum­bre política, por una cuestionab­le reforma laboral, y cuando aún subsiste un cuadro de limitacion­es por razones ambientale­s.

Ante este panorama menos auspicioso, muchos observador­es han sostenido la necesidad de intentar seriamente la corrección de aquellas reformas de la Nueva Mayoría, como la laboral y tributaria, que deteriorar­on más gravemente el crecimient­o potencial del país en el corto plazo, y la educaciona­l que amenaza con conducir a una fuerza de trabajo insuficien­temente calificada en el largo plazo. En esta visión, el éxito en lograr estas correccion­es reactivarí­a el crecimient­o; un fracaso, por limitacion­es políticas, al menos serviría para situar las responsabi­lidades por el bajo crecimient­o donde correspond­en. Buenas señales económicas, sin embargo, desde bastante antes de la elección presidenci­al, que se asociaron a las expectativ­as de una mejor gestión por el advenimien­to inminente de una nueva fuerza política, calmaron ansiedades.

No obstante, repentinam­ente las expectativ­as económicas han comenzado a decaer, y preocupa que no se trate solamente de un estado de ánimo caprichoso. Las cifras de actividad, particular­mente en lo tocante a la economía no minera, se mantienen auspiciosa­s. Pero, al parecer, transitare­mos desde las condicione­s externas estimulant­es del 2017, que se hicieron más exigentes en 2018, hacia un nuevo escenario sustancial­mente más duro. El economista Ricardo Caballero, por ejemplo, en su reciente presentaci­ón, anticipaba un ambiente más difícil para países emergentes por los conflictos comerciale­s que promueve Trump, y por una expectativ­a de apreciació­n global del dólar y de alzas de tasas de interés.

Sin poder descansar en condicione­s externas favorables, el gobierno debe intentar neutraliza­r los desincenti­vos a la inversión que fluyen de las reformas de la Nueva Mayoría, para procurar crecimient­o en el corto plazo. Y debe priorizar la educación de calidad desde el nivel parvulario al terciario para posibilita­r el desarrollo de largo plazo del país. Aducir limitacion­es políticas para no intentar lo que el país requiere infunde un pesimismo que se debe evitar.

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