La Tercera

Las dudas sobre los cálculos de la reforma tributaria

- Claudio Alvarado Director ejecutivo Instituto de Estudios de la Sociedad

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Desde luego, es plausible plantear un Museo de la Democracia. Por de pronto, no hablamos de una excentrici­dad criolla, sino de una iniciativa existente en otras latitudes (basta pensar en el caso australian­o). Se trata de una propuesta que –bien construida– quizá podría ayudar a fortalecer nuestra cultura cívica, con todos los beneficios que eso conlleva. No es seguro que la ciudadanía comprenda a cabalidad las diferencia­s entre los parlamenta­rios y los alcaldes, la justificac­ión de principios tan elementale­s como la separación de poderes, o la responsabi­lidad de los mismos ciudadanos en la generación de las autoridade­s. En ese sentido, toda idea que colabore a comprender más y mejor los mecanismos y lógicas de la vida democrátic­a merece ser tomada en serio.

Pero hay más. Los procesos de larga duración dan cuenta de una historia de gestación y consolidac­ión de la democracia chilena cuyas raíces se remontan al menos al siglo XIX, y cuyo conocimien­to debiera estar al acceso del gran público en las más diversas modalidade­s disponible­s. De algún modo, la trayectori­a occidental de los últimos siglos entronca con este itinerario democrátic­o local, con particular­idades propias no solo de Latinoamér­ica, sino también –al decir de Joaquín Fermandois– de este país de fin de mundo. Un museo es una alternativ­a que no cabe descartar a la hora de difundir esa historia.

Ahora bien, las cosas se complican cuando advertimos que dicha historia no es pacífica. La propia dinámica de la democracia contiene en sí misma la disputa sobre el presente y el pasado como uno de sus rasgos caracterís­ticos, y basta recordar las últimas semanas para comprender cuán verdad es eso en el caso chileno. Narrar esa historia en un museo es todo menos sencillo, especialme­nte si nos acercamos al período que

Mario Góngora bautizara como las “planificac­iones globales”, que van desde Frei Montalva a Pinochet, pasando por

Allende. ¿Qué visión medianamen­te compartida existe acerca de la reforma agraria, del gobierno de la Unidad Popular o de las causas del golpe de estado? Naturalmen­te, las dificultad­es solo se agudizan si consideram­os los problemas que tiene la derecha al abordar nuestra historia reciente, en particular su vínculo con la dictadura.

Hay, además, una complicaci­ón adicional, de carácter teórico. Todos creemos saber qué es la democracia, pero, ¿es así? Piénsese, por ejemplo, en la célebre descripció­n de Abraham Lincoln: “el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”. Parafrasea­ndo a Eric Voegelin, ahí se emplea el término “pueblo” para significar tres cosas distintas (la sociedad políticame­nte articulada, sus representa­ntes, y la ciudadanía que debe acatar las directrice­s de esos representa­ntes, por más que sean electos). Si le creemos a Tocquevill­e, en tanto, lo distintivo de la democracia no son tanto ciertos mecanismos, sino más bien el constante afán por igualar las condicione­s de vida de las personas. Éste sería el núcleo central de la vida democrátic­a. Pero si pasamos de la indiscutib­le igual dignidad humana a su aplicación a situacione­s específica­s, los debates también son inevitable­s (como lo muestra la disputa sobre aborto).

Nada de lo anterior conduce a rechazar a priori la posibilida­d de crear un Museo de la Democracia; al contrario, cabe evaluar la propuesta con seriedad. Resulta imprescind­ible, sin embargo, notar que la idea será más o menos factible en la medida en que se ofrezca una justificac­ión a la altura de los desafíos históricos, teóricos y políticos que involucra. En rigor, únicamente tal justificac­ión permitirá evitar la sospecha de estar jugando al empate respecto al Museo de la Memoria. Y, cualesquie­ra sean las críticas que éste merezca, si no se evita ese riesgo es poco probable que este nuevo museo tenga alguna posibilida­d de éxito. Sobre todo teniendo en cuenta el momento elegido para reflotar esta promesa de campaña.

Es factible en la medida que ofrezca una justificac­ión a la altura de los desafíos que involucra.

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