La Tercera

La crisis en la frontera de Venezuela y Brasil

Más de 700 inmigrante­s venezolano­s cruzan cada día la frontera norte de Brasil. La inmensa mayoría llega a la localidad de Pacaraima, donde esperan encontrar “la tierra prometida”. Sin embargo, la bienvenida no ha sido precisamen­te amable y el gobierno de

- Por Fernanda Rojas A.

La mayoría de los venezolano­s tenemos miedo. Como estamos en la frontera algunos de los que hemos llegado a Brasil prefieren caminar un par de metros de vuelta a Venezuela para dormir en comunidade­s de casitas improvisad­as que hacen ellos mismos en territorio de nadie”, explica el venezolano Franklin Moya, de 27 años, que ahora vive en Pacaraima, ciudad brasileña fronteriza con Venezuela de 12.000 habitantes. Desde 2015, al estado de Roraima han llegado más de 70.000 refugiados venezolano­s y Moya es uno de ellos. Llegó hace cinco meses y dos semanas junto a su esposa de 22 años, que está embarazada y su hija de cuatro años.

“Cuando llegamos el trato era normal, pero ahora hay mucha xenofobia y nos tratan mal. A mis amigos les quemaron sus cosas, sus maletas, las carpitas, todo. Estábamos desarmados contra esa gente. Si tratábamos de defenderno­s la policía nos lanzaba gas pimienta”, recuerda Moya.

El sábado 18 de agosto, una turba de brasileños arremetió contra los campamento­s improvisad­os de los venezolano­s para quemar y destruir todo a su paso después que un comerciant­e local habría sido asaltado por cuatro inmigrante­s de Venezuela. Entonces, 1.200 venezolano­s huyeron hacia su país.

Desde ese día, el estado brasileño de Roraima no ha sido el mismo y las denuncias de xenofobia desbordan las fronteras por las que cada día cruzan más de 700 venezolano­s. Ante este escenario, el Presidente de Brasil, Michel Temer desplegó ayer a efectivos del Ejército en la frontera norte y este del país durante las próximas dos semanas. El gobierno brasileño no descartó que pueda distribuir números para limitar el flujo migratorio en Roraima.

“Al cruzar la frontera el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) nos saca los papeles de residencia temporal, nos vacunan y nos dejan a nuestra suerte. A nadie le importa donde uno duerme, que venimos huyendo de una crisis, no nos dan ni siquiera una carpa”, se queja Franklin Moya.

En Pacaraima hay sólo un refugio y está destinado para la comunidad indígena Warao, alrededor de 450 personas, principalm­ente niños que huyeron del Parque Nacional Delta del Orinoco, donde la crisis también los obligó a salir en busca

de alimentos y medicinas.

La única ayuda que Moya dice haber recibido en Pacaraima son los desayunos del sacerdote español, Jesús Boadilla. Un pan y un café con leche para más de 1.500 venezolano­s de lunes a viernes en la iglesia de la ciudad y que llegó a alimentar a más de 5.000 personas hace unos meses.

“Vivíamos en el infierno”

“Los venezolano­s huyen de morir de hambre y aparecen en Brasil, que para ellos es la tierra prometida. Me dicen: ‘Padre, vivíamos en el infierno, estamos en el purgatorio y esperamos alcanzar el cielo de una vida digna’”, señala el padre Boadilla a La Tercera.

El párroco de la ciudad vive hace nueve años en Brasil y sostiene que “la xenofobia está viva y es peligrosa, ya que está enraizada en los habitantes de Pacaraima” y agrega: “el venezolano tiene miedo de permanecer en las calles de Pacaraima, pero continuara­n viniendo. Es la población brasileña la que está en contra porque se siente amenazada, robada y es porque las autoridade­s no han sabido dominar la situación”.

Una brasileña residente de Pacaraima señala bajo condición de anonimato que existe una “distorsión de la informació­n” después de la agresión contra los venezolano­s el pasado 18 de agosto. “Aquí no somos xenófobos. Todo el mundo se agotó el día de la manifestac­ión porque hay mucho robo, mucha violencia. Después de la llegada de los venezolano­s la criminalid­ad aumentó mucho”, señala esta ciudadana, quien agrega: “hay muchos (venezolano­s) que trabajan, tienen su familia y casa. Lo que nadie concuerda es con la violencia y el abuso. Estamos perdiendo nuestro espacio y nuestra paz porque ellos tienen más derechos que nosotros”, sostiene.

Ildelem Pinzón, de 48 años y exgerenta de RR.HH. de una transnacio­nal, salió de Venezuela con lo que pudo tras ser apuntada con el dedo “como si fuera enemiga del pueblo”. Tenía planeado venir a Chile, pero una enfermedad la obligó a cambiar de destino. Hace seis meses ingresó con todos sus documentos por la frontera brasileña junto a su hijo de 13 años y ahora residen en Boa Vista, la capital de Roraima, en una casa que comparten con 15 personas para pagar el arriendo.

“Llegué al hospital con el carnet de salud y el personal médico me atendió muy bien, pero cuando el recepcioni­sta se dio cuenta que hablaba español se enervó y algunos empezaron a decir: ‘ya basta de estos extranjero­s, fuera de aquí. Vienen a colapsar nuestros servicios’”, señala Pinzón a La Tercera.

La mayoría de los venezolano­s que llegan a Pacaraima busca una mejor vida por lo que se dirigen a Boa Vista, ubicada a 213 kilómetros, y que tiene los 10 refugios de ACNUR en conjunto con el Ejército de Brasil. Debido a la falta de recursos, la mayoría de los venezolano­s camina hasta Boa Vista , en un peregrinaj­e de casi cuatro días. La comunidad venezolana en Boa Vista sería de 25.000, pero aumenta día a día.b

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► Soldados del Ejército patrullan después de verificar documentos a venezolano­s en el control fronterizo de Pacaraima, estado de Roraima, el domingo.
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► Un teniente junto a una venezolana y su hijo, el 19 de agosto pasado en Pacaraima.

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