Swett y Larraín, la historia de su quiebre
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Es más fácil ser columnista que gobernar, es más fácil tirar penales desde la galería que frente al arquero», dijo ante los empresarios mineros el Presidente Piñera, y hay que concederle el punto. Claro, llegar de improviso a Quintero o vetar el proyecto de sueldo mínimo eran apuestas arriesgadas, pero el que no juega no gana. Y cuando se pierde, nada más irritante que la crítica sobre la leche ya derramada.
Los incidentes de ese «martes negro» de La Moneda no son tan graves en sí mismos, pero marcan la impaciencia del Presidente ante el fin del plácido primer semestre de su gobierno. Una comezón del séptimo mes, que está por comenzar en la poco propicia fecha del 11 de septiembre.
El incidente de Quintero es un déjà vu del Piñera 1.0, el Presidente omnipresente que, para usar su propia metáfora, quería tirar él todos los penales. El Piñera modelo 2018 había sido alabado por ejercitar la autocontención, y por eso muchas cejas se arquearon con su innecesaria exposición a la furia de los quinteranos.
Claro que un Presidente debe estar donde las papas queman. Pero no puede ir sin un extintor. Piñera apostó a que su sola presencia bastaría para apagar el incendio, y los ciudadanos le recordaron, con toda razón, que necesitan soluciones, partiendo porque las autoridades del gobierno se pongan de acuerdo consigo mismas sobre las causas de la crisis.
El veto fue otra apuesta de riesgo, un juego de la gallina entre oficialismo y oposición en que ninguno de los conductores pestañeó y ambos chocaron de frente, con 800 mil trabajadores y sus familias como las verdaderas víctimas.
La Moneda armó una operación comunicacional de hashtags, confiando en cobrar a la oposición el costo político. Ilusiones vanas: una disputa repleta de tecnicismos legislativos que niega un reajuste a los chilenos más pobres solo puede aumentar el rechazo hacia todos los involucrados, partiendo por el gobierno. Los ciudadanos castigan el conflicto y sancionan la falta de resultados, y eso es especialmente cierto para Piñera, quien fue elegido con un mandato simple: más plata en los bolsillos. Todo lo contrario a quedarse sin reajuste para el mes del 18.
Es fácil perder la brújula en esas guerras de memes que tanto inflaman a la base tuitera, pero para quienes están preocupados de sobrevivir, y no de pelear por redes sociales, el asunto es simple: de Piñera se esperan resultados, no repartición de culpas. En Quintero, en el sueldo mínimo, en el desempleo que sube mientras aumenta la fuerza de trabajo (de nuevo, las expectativas complicando la realidad), y en las batallas que vienen por impues- tos, salud y pensiones.
Y ahí es donde aparece el gran error estratégico de este primer semestre del gobierno: haber postergado hasta septiembre las reformas.
Había una lógica detrás, claro: matar de inanición a la oposición (a las oposiciones, mejor dicho) y mantener alta la popularidad. Era evidente que las reformas desperezarían a la centroizquierda, y, como siempre ocurre con el conflicto político, minarían las cifras de aprobación de La Moneda.
Primó ahí una visión avara de las encuestas, como si conservar buenos números fuera un fin en sí mismo. Pero en política, la adhesión es un capital que no puede ahorrarse: o se invierte o se pierde. Y en este caso, se perdió. Qué distinto hubiera sido discutir la reforma a los impuestos en junio, con el triunfo electoral aún fresco y un tenue 25% de rechazo, y no hacerlo ahora, cuando los errores no forzados en derechos humanos sacaron del KO a la oposición y la desaprobación escala por el 40%.
En política como en la guerra, el timing es crucial. Hay una razón por la cual Napoleón y Hitler invadieron Rusia en junio y no en septiembre. Pero La Moneda desperdició su veranito político, y ahora lanza sus fuerzas al frente cuando el horizonte ya se llena de nubarrones.
Por cierto, el timing por sí solo no garantiza nada (que lo digan Napoleón y Hitler…). Pero aquí el destiempo se suma a un proyecto ortodoxo que aliena a referentes moderados de la oposición (Valdés, Pacheco, Micco) y que adolece de los indispensables caramelos que permitan buscar votos en ambas cámaras.
En suma: es un proyecto sin cintura política. Precisamente lo que La Moneda necesita si no quiere medir su éxito sólo en hashtags y trending topics.