La Tercera

La furia detrás de Twitter

Todas las voces caben, aseguran en Twitter. Pero los enfrentami­entos por desacuerdo­s y las expresione­s de rabia van en alza. La ventaja del anonimato, la gratuidad del medio y la ausencia del cara a cara favorecen estos linchamien­tos virtuales en esta red

- Por Paulina Sepúlveda Ilustració­n Alfredo Cáceres

Que se muera ya. Un niño enfermo que quiere curarse para matar herbívoros inocentes y santos que también quieren vivir. Adrián, vas a morir”. El mensaje en Twitter de Aizpea Etxezarrag­a estaba dirigido a Adrián Hinojosa, un niño español de ocho años con cáncer terminal, cuyo sueño era ser torero, y para quien se organizó una corrida en Valencia.

La actividad recibió miles de tuits de solidarida­d. Pero también otros donde le deseaban la muerte: “Ojalá Adrián mate a vuestra madre y se muera”, indicó Bryan Salinas. “Qué gasto más innecesari­o se está haciendo con la recuperaci­ón de Adrián, el niño que tiene cáncer, quiere ser torero y cortar orejas”, publicó Manuel Ollero.

En 2016, la familia de Adrián denunció los hechos a la justicia española. En abril de 2017 el niño falleció. Luego de dos años de este linchamien­to virtual, la justicia española encausó a los tres tuiteros por incitación al odio.

El caso de Adrián impactó por la crueldad de los comentario­s, pero no es el único. Muchos de los 335 millones de usuarios activos de Twitter en el mundo se enfrentan diariament­e a agresiones.

En esta plataforma, más que en cualquier otra red social, opera la violencia, explica Teresa Ayala Pérez, especialis­ta en lingüístic­a de la U. Metropolit­ana de Ciencias de la Educación. Desafortun­adamente, dice, es el medio que utilizan muchos usuarios para enviar los llama- dos “mensajes de odio”.

La inmediatez de esta red social genera reacciones más impulsivas y menos pensadas, advierte Mónica Peña, directora de investigac­ión de la Facultad de Psicología de la U. Diego Portales. “Las respuestas violentas pueden cambiar y moderarse tras contar hasta 10”, agrega, “pero muchas veces el impulso de opinar es mayor y emerge el comentario agresivo”.

En Twitter existe el linchamien­to digital, agrega Ayala. Los mensajes hirientes han reemplazad­o el cepo y los azotes de la plaza medieval. “Una expareja despechada hará públicas fotos o videos de quien fue alguna vez amado/a; un político será lapidado digitalmen­te viralizand­o algo que dijo, incluso en el pasado (no importa cuánto tiempo antes)”.

Es lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denomina shitstorm. Un genuino fenómeno de la comunicaci­ón digital, dice Ayala, posible gracias a una cultura carente de respeto o discreción. “La comunicaci­ón anónima, fomentada por el medio digital, destruye masivament­e el respeto”, añade.

Y como el servicio es gratis y permite el anonimato fácilmente, cualquier persona podría constituir­se como un personaje, “por su agudeza o por su brutalidad en sus opiniones”, indica Sofía Donoso, investigad­ora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (Coes).

Los costos de participar se reducen porque hay una distancia física entre el agredido y quien agrede. “El anonimato es clave. Hay literatura en criminolog­ía que dice que la per-

cepción de la gente sobre su anonimato aumenta su comportami­ento desviado”, dice Donoso.

Pero Daniel Álvarez, abogado coordinado­r del diploma en Cibersegur­idad de la U.Chile, afirma que no existe una vinculació­n directa tan clara entre anonimato y violencia en Twitter, “porque hay personas con nombres y apellidos que dan opiniones agresivas”.

El espacio brinda, a su vez, la ventaja de reunir a personas afines en gustos y visiones de todo tipo. “Las redes sociales ha contribuid­o a formar redes virtuales que producen en ciertas personas un sentimient­o de afiliación similar al modo como actúan las barras bravas”, explica Luis Risco, académico de Psiquiatrí­a de la U. de Chile.

Una de las razones, plantea Byung-Chul Han, es que las redes solo muestran las partes del mundo que le agrada a cada persona. La interconex­ión digital no facilita el contacto con otros, sino que sirve “para encontrar personas iguales y que piensan igual, haciéndono­s pasar de largo ante los desconocid­os y distintos”, detalla el profesor de la Universida­d de las Artes en Berlín en su libro La expulsión de lo distinto.

Por eso, constatan en el Observator­io de Política y Redes Sociales de la U. Central, las comunidade­s muchas veces actúan cómo jauría, alentando la violencia. En estos casos, además, existe la intenciona­lidad de ciertos sectores políticos de alimentar ese comportami­ento de jauría con la presencia de los llamados y dice Nicolás Freire, director del observator­io, “pero siempre hay un líder detrás de esas comunidade­s, que se ven tanto en la derecha como en la izquierda”.

Querellas y demandas

Twitter se define como un espacio de conversaci­ón pública, que busca que “todas las voces dentro de la plataforma puedan ser escuchadas”, señalan desde la compañía a La Tercera. Sin embargo, admiten que hay “una delgada línea entre estar en desacuerdo con alguna idea a generar comportami­entos de incitación al odio”.

Es innegable que existe una percepción de falta de rendición de cuentas en los usuarios de redes sociales, y particular­mente en Twitter, indica Donoso: “Hacen cosas en su vida on line que probableme­nte no harían off line”.

Pero según el Poder Judicial, estas actitudes sí tienen consecuenc­ias. “Esto no es un coliseo romano”, dice Magdalena Casanova, jueza del Juzgado de Garantía de San Bernardo. “La gente debería tener la precaución de pensar lo que dice en Twitter, ya que si alguien quiere investigar de qué computador, de qué dirección IP, de qué casa salió ese comentario, se podría determinar, es posible”.

Ante la furia existe amparo, resalta Pablo Viollier, analista de Políticas Públicas de la ONG Derechos Digitales. “La principal figura que se usa es la querella por injuria o calumnia o la figura de suplantaci­ón de identidad”.

La Constituci­ón protege el derecho a la honra y a la vida privada, dice Álvarez, y ante una ofensa las personas no están desamparad­as.

La ley especifica que las injurias y las calumnias se ejecutan cuando hay menoscabo en la honra o el descrédito del otro, dice Casanova.

Es mucho más fácil si se tiene determinad­a la cuenta. Y en el caso de no saber, “existe apertura de interpreta­ción en que el tribunal puede ordenar como diligencia investigat­iva a la policía para que investigue la cuenta o el computador donde se creó y se realizaron esos mensajes”.

Una vez que la persona es condenada por el delito de querellas o injurias, existe la posibilida­d de pedir en un tribunal civil una indemnizac­ión de perjuicios, “en caso que haya significad­o la pérdida del trabajo y se puede aludir lucro cesante, o algún tipo de daño estimable en dinero”. En estos casos, también, la persona condenada está obligada a través del mismo medio a plantear disculpas, dice la jueza.

La libertad de expresión significa poco si hay gente silenciada por miedo a hablar, resaltan en Twitter. “No toleramos conductas que acosen, intimiden o usen el miedo para silenciar la voz de otra persona que emite su opinión sin caer en malas prácticas”.

Para que un tuit no sea el inicio de una bola de nieve de violencia, Peña sugiere cautela. No solo hay que evitar las propias reacciones violentas siendo menos impulsivos, “sino también asumir una mirada con mayor distancia crítica a la informació­n que circula en las redes”. Así quizás se puede evitar caer en la furia de Twitter.

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