En vísperas
Mañana se cumplen 45 años del golpe de estado de 1973. No pensaba escribir sobre ello, son demasiados los dolores. Sin embargo llegó a mis manos la exposición “¿Quienes éramos?” de Ricardo Brodsky, ex Director del Museo de la Memoria, en un seminario del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.
Me conmovió. Es una reflexión valiente, de esas amenazadas de incomprensión. Recuerda lo que jamás hemos dejado de recordar. Los crímenes, exilios y sufrimientos vividos por los derrotados y sus entornos familiares. Y lo que no hemos dejado de reclamar: el castigo judicial y moral a quienes los perpetraron y a sus cómplices pasivos.
Pero luego se atreve a reflexionar que “nunca la violencia nace en el vacío” y cita a Teodorov: “el recuerdo público del pasado nos educa, solo si nos cuestiona personalmente y nos muestra que nosotros mismos – o aquellos con quienes nos identificamos – no siempre fuimos la encarnación del bien”.
El 11 de Septiembre detuvo el tiempo. Como dice Brodsky, pasó a transformarse en “un presente eterno” para quienes lo vivimos. Pero no fue inesperado. Fue una derrota política construida en el tiempo. Solo su desenlace fue militar.
Quizás porque estoy vivo, prefiero haber sido parte de las víctimas y no de los victimarios. Pero es tiempo de terminar con los dos discursos. El de los guerreros victoriosos que justifican sus crímenes aberrantes en la monstruosidad de sus adversarios. Y aquel de la supremacía moral de ser víctimas que, por ese solo hecho, nos haría inocentes. No sigamos alimentando la lógica de guerra civil de entonces, casi medio siglo después.
Brodsky no es el primero en plantearse ese desafío. La renovación socialista nace del análisis de nuestros errores. La valoración y defensa de la democracia a la que antes poníamos apellido. No intentar imponer cambios con una minoría, sino emprender los que convocan mayorías que los hacen perdurables. Comprender que la economía global era de mercado. Concluir que cuando se imponen las armas, gana algún armado, nunca los pueblos y que la defensa de los DD.HH. exige rechazar toda violación de ellos, venga de quien venga.
Salvador Allende, permitió con su muerte, políticamente meditada, no dar demasiadas explicaciones de la derrota y discutir libremente en qué nos habíamos equivocado. Así construimos una izquierda distinta a la de entonces, que aportó 20 años extraordinarios al pueblo de Chile en conjunto con la DC. Fue la más descarnada autocrítica respeto a las responsabilidades de la izquierda en la derrota de la UP. Pero nunca se presentó como tal. La defensa de Allende lo inhibía.
Antes de que muchos testimonios vayan a su tumba encubiertos por el doble discurso, Brodsky advierte que tenemos una deuda de sinceridad con Chile que solventar. Léanlo.