La Tercera

Ciudadanos informados

- Patricio Zapata Abogado

La propaganda mentirosa tiene una historia tan larga como la que tienen las guerras y los gobiernos. Hay que reconocer, sin embargo, que a mayores velocidad y cobertura de la difusión de estas falsedades disfrazada­s de noticias (fake news), más fuerte se hará sentir su impacto y más difícil resulta desenmasca­rarlas oportuname­nte. Las redes sociales, tan valiosas en muchos aspectos, han tenido, claramente, el efecto de disparar la peligrosid­ad de estas mentiras.

No pudiendo compartir la tesis de quienes piensan que la elección de Trump se explica principalm­ente por el bombardeo sistemátic­o de mentiras a que fueron sometidos los electores de los Estados Unidos, me parece que debe aceptarse que la propaganda engañosa jugó un papel no menor -lo que no quiere decir que no hubiera mentiras del otro lado o que no puedan existir considerac­iones atendibles para no votar por Hillary.

Leí por ahí que uno de los factores que inmunizó un poco más a los electores franceses en 2017, cuando les tocó votar a ellos, es que en dicho país sigue existiendo una importante lectoría de prensa escrita. Estos ciudadanos también revisan durante el día cientos de memes y retuits cuyo origen es desconocid­o, pero, al menos en un momento de la jornada, leen material sujeto a la disciplina que genera una dirección conocida y un equipo periodísti­co. Así, las patrañas de Madame Le Pen se encontraro­n con un público menos crédulo.

Para no hablar de las mentiras propaladas por los medios oficialist­as durante la dictadura, también tenemos fake news más recientes (cómo no recordar a ese “peligroso comando de mapuches aliados con las Farc”, que quemaba nuestros bosques durante el verano de 2017). Más reciente es la especie, miles de veces repetida, de cuánto habría cobrado a la ONU Michelle Bachelet para traer a Chile un millón de haitianos.

La proliferac­ión de estas prácticas encierra un peligro para la deliberaci­ón ciudadana. Conciente de este problema, el Servel ha anunciado recienteme­nte que propondrá al Parlamento la “evaluación de medidas contra las campañas de noticias falsas, las campañas negativas y otras que han ido permeando las campañas electorale­s”.

Ahora bien, y aun cuando comparto la preocupaci­ón del Servel, y creo que pueden sancionars­e algunos abusos, temo que una regulación muy ambiciosa pueda presentar problemas desde el punto de vista de la libertad de expresión. Castigar todos los errores de hecho y las exageracio­nes no es coherente con la idea de un debate cívico abierto y robusto.

Volvemos, entonces, al punto de partida. El mejor antídoto contra las fake news está en una ciudadanía que cuente con varias y diversas fuentes informativ­as de calidad. Es el papel que debe jugar nuestra prensa, nuestras radios informativ­as y la televisión. Me consta que, desde un punto de vista económico, estos son tiempos difíciles para sostener periodismo de calidad. El punto, en todo caso, es que nuestra democracia lo necesita más que nunca.

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