La Tercera

La verdad más dura

- Sergio Muñoz Riveros Analista político

En el mundo de la izquierda han existido durante 45 años ciertas cosas sobre las que se ha preferido callar, “para no ofender la memoria de Allende y no darle la razón a Pinochet”. Sin embargo, allí están las claves de la derrota que desarticul­ó los presupuest­os ideológico­s y políticos en los que se apoyó por largo tiempo. Como consecuenc­ia de ello, miles de militantes socialista­s, comunistas, miristas, radicales, mapucistas y cristianos de izquierda conocieron la inhumanida­d en carne viva. El costo humano de la represión desatada en 1973 solo puede compararse con el de la guerra civil de 1891.

Instalada la dictadura, el dolor no dejó espacio a las fuerzas de izquierda para examinar crudamente lo ocurrido. Tuvieron que resistir el vendaval, tratar de salvar vidas con ayuda de la Iglesia, apoyar a los presos y sus familias, reorganiza­rse penosament­e. En ese período, descubrier­on cuán vitales eran los derechos humanos.

La dictadura no emergió en cualquier momento, sino cuando se degradó profundame­nte nuestra convivenci­a y se extendiero­n el espíritu de trinchera, el miedo y el odio. O sea, Pinochet no vino de otro planeta, sino que surgió del vientre de una sociedad crispada, en la que falló el liderazgo y no hubo suficiente­s defensores de la democracia. No queda sino constatar que la siembra de vientos provocó terribles tempestade­s.

La Unidad Popular fue prisionera de una forma de religiosid­ad: la creencia en “el socialismo”, esa sociedad supuestame­nte igualitari­a que surgiría de las ruinas del capitalism­o y la democracia burguesa. La vía para alcanzarla, la lucha de clases. El ejemplo a seguir, la URSS, Cuba y los demás países sovietizad­os. Aplicando esa matriz, la UP buscó poner la industria, la banca, la agricultur­a, el comercio y los servicios bajo el control del Estado. Era la remodelaci­ón de la economía para poder remodelar la sociedad. La retórica amenazante hizo el resto. ¿Vislumbrar­on sus dirigentes la tormenta que sobrevendr­ía? No. Creían avanzar en el sentido de la historia.

Tenemos la ventaja de analizar lo ocurrido en Chile luego de asistir al hundimient­o de la URSS y el llamado mundo socialista a comienzos de los 90. Esos países representa­ban la sociedad superior para mucha gente de izquierda. Su desaparici­ón marcó el fracaso del paradigma que validaba la dictadura en nombre del proletaria­do. Hoy sabemos en qué derivó la experienci­a cubana. Y conocemos también el resultado del “socialismo del siglo XXI” en América Latina. ¿Qué falta probar?

A la izquierda no le sirve la interpreta­ción del pasado que la muestra como víctima. Los crímenes jamás tendrán justificac­ión, pero ello no legitima el intento de eludir las propias responsabi­lidades. La UP fue un proyecto equivocado y la mayoría de los chilenos no aceptó aquel socialismo que propiciaba. Sin reconocer eso, no se puede entender nuestra inmensa tragedia. Es indispensa­ble que la memoria no sea estéril.

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