Pasado vivo
El 11 de septiembre no amaina, no pierde intensidad. Incluso hay años como éste en que su significado parece acrecentarse. ¿Por qué un acontecimiento de hace 45 años sigue tan vivo? Solo hay una respuesta lógica y posible: porque éste tiene que ver con nuestro presente y con nuestro futuro. La relación entre el golpe y la democracia sigue abierta. Este año se hizo más claro que la derecha no lo condena: una parte condena las violaciones a los derechos humanos ocurridas en dictadura pero no el golpe. Esta visión fue reafirmada por el propio Presidente: la democracia no murió de muerte súbita el 11 de septiembre sino que esta ya estaba “enferma”. El golpe se instala así como un superyó colectivo, como una conclusión política posible de una democracia tensionada o en crisis. Lo que subyace en esta visión es que la democracia no siempre puede encontrar las soluciones a sus problemas y, por tanto, el golpe de Estado es un derrotero posible. Así, el golpe no solo sería cosa del pasado, sino que queda abierto como una interrupción posible de nuestra trayectoria y conflictividad democrática futura. Estamos notificados.
A su vez, la no condena del golpe de Estado conduce a la derecha a una ambigüedad sobre las violaciones a los derechos humanos difícil de salvar, incluso para aquellos en que su condena a estas violaciones parecía más clara y creíble. Ello porque las violaciones a los derechos humanos se instalan a partir del golpe, nacen con éste. El golpe y la dictadura que allí se instaura son su real contexto. La persistencia de un desacuerdo sobre una condena sin matices a las violaciones a los derechos humanos explica también por qué el pasado sigue vivo: mientras persista este desacuerdo de “mínimos éticos” en materia de derechos humanos es muy difícil fundar una convivencia común.
Pero el 11 sigue vivo, también, porque no se trató de un “golpe cuartelero” o de un paréntesis histórico, sino del inicio de una refundación profunda del Estado, de la economía y la sociedad chilena. No fue solo detener el proyecto de la Unidad Popular sino reescribir el siglo XX chileno y desandar la trayectoria antioligárquica y democratizadora que, con avances y retrocesos, venía en curso desde 1920. La represión y las violaciones a los derechos humanos tienen más que ver con la instalación de ese proyecto refundacional que con el pasado inmediato de la UP. El 11 sigue vivo, entonces, porque lo que hoy discutimos tiene que ver con esa sociedad que allí se establece. La contradicción entre el orden neoliberal y uno distinto, o posneoliberal, arranca allí. Y esa disyuntiva es contemporánea. Vistas así las cosas es difícil que el 11 de septiembre pierda intensidad en los próximos años. Parece que quedó mucho presente y futuro atrapado en ese pasado.