La Tercera

(No) de palabra

- Álvaro Pezoa Ingeniero comercial y Doctor en Filosofía

¿Cuánto vale la palabra empeñada en Chile? Da la impresión que poco y cada vez menos. Realidad que es posible apreciar en diferentes instancias de la trama cotidiana de la vida y, desafortun­adamente, también en la esfera pública del acontecer nacional, con el evidente mal ejemplo social aparejado.

Como botón de muestra común y corriente al respecto, en la actualidad resulta una auténtica rareza que un trato de negocios, incluso sencillo, como puede ser una simple compra-venta de un bien, sea cerrado mediante la sola confianza mutua en las palabras dadas por las partes. O, todavía más pedestre, es altamente frecuente que una persona que se ha inscrito formalment­e para asistir a una determinad­a actividad finalmente no lo haga, las más de las veces sin mediar siquiera una excusa dirigida a quien invitaba. Casuística sobra a estos efectos.

Dentro de este contexto, que el diputado Schilling no haya dado cumplimien­to a un “pareo” previament­e convenido con otro parlamenta­rio, el jueves 13, cuando se votaba la denominada “cuestión previa” respecto a la acusación constituci­onal interpuest­a contra tres magistrado­s de la Corte Suprema de Justicia, es un hecho que merece atención –y acción-, pues constituye una muestra pública palmaria y grave de esta extendida mala costumbre. Se podrá estar o no de acuerdo con la figura del “pareo”, pero habida cuenta de su práctica habitual y aceptada, cuando se contrae el compromiso de palabra para tal propósito, la única conducta esperable (y aceptable) es su ratificaci­ón en los hechos. No hacerlo comporta una falta a la ética y una demostraci­ón de mala educación. Y, de paso, en términos prácticos, una suerte de golpe de gracia a este uso.

Con todo, como siempre con este tipo de conductas el daño mayor es el que se infiere a la confianza. Ésta es un valor intangible social, de naturaleza moral, que cuando está presente facilita la buena marcha de la vida en comunidad, en tanto que su ausencia conlleva siempre serias dificultad­es, y hasta la imposibili­dad de un adecuado despliegue de la sociedad y su institucio­nalidad.

Por lo mismo, es deber de todos cuidar y fomentar la confianza. Más todavía cuando se ejerce una responsabi­lidad de representa­ción ciudadana y se tiene en considerac­ión que Chile no se encuentra precisamen­te sobrado de este fundamenta­l “capital social”.

Urge en el país, y especialme­nte entre sus autoridade­s, adoptar conciencia al respecto, especialme­nte porque la existencia de confianza normalment­e va asociada a la presencia de sus contrapart­es éticas: lealtad, veracidad e integridad, donde honrar la palabra ocupa un lugar esencial. Por contraste, su ausencia va rodeada de los vicios contrarios con su inevitable carga de males asociados.

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