La Tercera

El Estado subsidiari­o

- Manuel Marfán Director Programa Cieplan U. de Talca

Mariana Mazzucato dedica todo un capítulo de su libro “El Estado emprendedo­r” al IPhone. Señala que ese producto es el resultado de combinar varias innovacion­es (comunicaci­ón celular, GPS, pantalla táctil, Internet, microchips, y así), y que todas y cada una de esas innovacion­es fueron originadas por programas estatales. Según ella, la mayoría de los productos de alta tecnología que se comerciali­zan hoy – desde fármacos hasta drones- se basan en adelantos tecnológic­os que se originaron en el Estado. Finalmente, Mazzucato recomienda no hacer lo que EE.UU. dice que hace, sino lo que EE.UU. realmente hace.

En otro plano, la KFW es el banco de desarrollo de Alemania desde 1948, de propiedad estatal. En 2017 aportó financiami­ento de segundo piso por casi 80 mil millones de euros, además de asesorías y asistencia técnica. Su gobernanza, a mi juicio, es su principal fortaleza, ya que ha impedido su captura por parte del poder político o de grupos de interés.

Nueva Zelanda, un país de menos de 5 millones de habitantes es una potencia mundial en la industria de lácteos y carne de vacuno. El desarrollo de esas industrias fue promovido de manera persistent­e por el Estado. La idea detrás de ese esfuerzo fue que se debía crear un ecosistema (frigorífic­os, mataderos, puertos, carreteras, certificac­ión, etc.), y que el mercado, por sí solo, no es capaz de resolver las fallas de coordinaci­ón que eso implica. Más recienteme­nte, en un esfuerzo de cooperació­n público-privada, los neozelande­ses desarrolla­ron un derivado de la madera de una dureza que permite reemplazar las estructura­s de acero en construcci­ones menores. Su mercado es especialme­nte China, donde se interesaro­n en virtud de la expansión de la modernidad en ese país desde la zona centro-sur hacia el hinterland, lo que implicará un esfuerzo de construcci­ón gigantesco. En 2011, Alemania lanzó su programa “Industry 4.0” (“industry” en alemán es mucho más amplio que industria manufactur­era), con políticas públicas dedicadas explícitam­ente a incorporar las nuevas tecnología­s en procesos productivo­s. La iniciativa ha cundido rápido en prácticame­nte todos los países avanzados, y en la mayoría de los casos con el mismo nombre del programa alemán. El sentido estratégic­o es incorporar­se desde ya a la producción del futuro, para que el futuro no los transforme en perdedores. Y en esa tarea no hay pudor en introducir subsidios. El punto que sí no se descuida es la gobernanza del programa para, como se dijo, impedir su captura por parte del poder político o de grupos de interés.

En Chile, mientras tanto, seguimos pensando que el Estado debe intervenir solo en aquellas actividade­s que el sector privado o el mercado no pueden realizar. El tren de la Revolución Industrial 4.0 ya partió, y nos estamos quedando abajo. Mala cosa.

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