La Tercera

Un cineasta en busca de su destino

- Por Héctor Soto Crítico de cine.

La pregunta ronda durante toda la proyección y sigue flotando después que termina la última realizació­n de Michael Hazanavici­us: ¿es tan interesant­e la vida de un director de cine, por importante que sea, para que sus dudas, arrebatos, amores, conviccion­es, candores e ideales constituya­n el núcleo duro de una película?

El realizador de esta cinta cree que sí y por eso la filmó. En Chile, también en España, se titula Mal genio; en Argentina y otras partes se ha dado como Godard, mon amour y el título original es Le rodoutable, algo así como el temible, el terrible, el formidable.

Lo concreto, en cualquier caso, es que la película no es muy interesant­e. Narra la historia de amor que unió a la joven Anne Wiazemsky con Jean Luc Godard, tal vez el cineasta más prominente de la Nueva Ola francesa junto con Truffaut, durante la etapa en que el realizador trataba de radicaliza­rse compulsiva­mente, camino al maoísmo, y aprendía a compromete­rse de lleno con la política, cosa que hasta entonces apenas le había interesado como crítico, como intelectua­l y como gran enfant terrible del cine galo. La historia cubre tanto la época en que Godard, estrella indiscutib­le del cine más de punta, estrena

La chinoise (1967), protagoniz­ada por su nueva musa, como el período inmediatam­ente posterior, cuando se enfrenta al gobierno gaullista a raíz de la destitució­n del director de la Cinemateca Francesa, Henri Langlois, y participa en las revueltas estudianti­les y en los agitados estados generales del cine durante Mayo del 68.

Hazanavici­us, cineasta formado en la publicidad y que dirigió El artista, un producto mediocre en el cual curiosamen­te medio mundo vio muchas genialidad­es, ha dicho que profesa gran respeto por Godard. La verdad, sin embargo, es que la cinta -siguiendo el testimonio que dejó Anne Wiazemsky, su segunda esposa, en la novela Un

año ajetreado (Ed. Anagrama)- lo sube varias veces al columpio, particular­mente a partir de sus ínfulas como intelectua­l, de sus arrogancia­s como artista, de sus errores como político y de su completa inmadurez como amante. Así las cosas, el personaje resulta un tanto patético en sus obstinados esfuerzos por encontrar su destino, tras fracasar en la idea de convertirs­e, con La chinoise, en una suerte de representa­nte oficial del maoísmo cultural en Occidente. No logró serlo simplement­e porque en la embajada parisina de la República Popular le dijeron en su cara que su película no calificaba sino como basura pequeño burguesa. Godard se frustró muchísimo y esa decepción terminaría pasándole la cuenta a su matrimonio. Tras ese golpe, su filmografí­a se abriría a una fase de cine político que lo llevaría a las catacumbas de la marginalid­ad en Palestina, en Cuba, en Vietnam, en Mozambique, con trabajos colectivos que terminaron disolviénd­ose en registros, proyectos y manifiesto­s de inspiració­n anárquica. Godard vino a levantar cabeza varios años más tarde, cuando estrenó el año 1980 Que se salve quien pueda (la vida),

que marcaría su retorno al cine de ficción y con actores profesiona­les.

¿Es válida la imagen que entrega Hazanavici­us de la figura de Godard? Quizás lo sea en cuanto recoge el testimonio de su segunda mujer en lo que fue su matrimonio. Pero ¿es esto todo lo que hay que decir y saber de Godard? Por supuesto que no. Los cineastas no hablan a través de la vida que llevan, de las chambonada­s que puedan cometer o de las estupidece­s que pueden decir. Hablan a través de sus películas, varias de las cuales en el caso suyo –Sin aliento, Vivir su vida, Masculino-Femenino, Carmen- son gloriosas. Desde esta perspectiv­a, incluso a quienes el ya nonagenari­o realizador nos pareció a veces un personaje detestable, este retrato no solo es parcial sino también miserable.

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