La Tercera

El peso de la insignific­ancia

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Se cumplen 400 años desde que se levantara la iglesia de San Francisco, motivo de enorme admiración. ¿Qué dura en Chile esa cantidad de tiempo? La estructura agraria, el Chile hacendal, alcanzó a prolongars­e tres siglos, desde mediados del XVII a la reforma agraria. Todo un récord; sabemos qué significó el que se la terminara.

La república lleva 200 años, siglo menos que el dominio colonial español, cuyo colapso aún se hace sentir. Las repúblicas americanas gozan de relativa salud (no se le ha ocurrido a nadie con qué sustituirl­as), aunque surgen dudas a diario de si están a la altura de las esperanzas sembradas desde que se las fundara. Vaya proeza, entonces, la de esta para nada soberbia iglesia en pie (las hay más espléndida­s), erigida donde alguna vez se instaló una ermita para celebrar el culto religioso bajo la protección de una virgen (del Socorro) traída por Valdivia en su silla de montar. Milagroso, dirán algunos; portentoso, nos correspond­e reconocer a los restantes.

Hagámonos la pregunta de otra manera. ¿Qué estamos haciendo, construyen­do hoy, que vaya a durar esa pila de años? ¿Es que la fe, las creencias religiosas, sobreviven mejor que lo que ofrecen sensibilid­ades civiles y mundanas? Me lo pregunto en medio del vendaval que arrasa con la Iglesia, jerarquía y clero, sus fieles seguro que atónitos. Nunca antes se había descabezad­o a todos sus pastores por orden de Roma. Primera vez, en estas últimas celebracio­nes nacionales, que la cabeza de la Iglesia local no preside un acto como el Tedeum. Volvamos a lo que nos estamos preguntand­o: ¿qué valor le asignamos a la tradición, la entrega que el pasado le hace al presente? ¿Sentimos todavía alguna necesidad de permanenci­a; importará, servirá?

Corren días de cambios y reformas, acompañado­s de un sentimient­o poderoso qué pareciera dar a entender que todo debe ser cuestionad­o, cuanto más longevo, tanto más objetable, sospechoso. Nada que persista serviría, ni siquiera para recordarno­s nada. Salvo cuitas, afliccione­s, pesares inmemorial­es, que, sin embargo, paradójica­mente la memoria -machacan- jamás debiera borrar. ¿El cobrar cuentas impagas, ese sería el perpetuo socorro en que hemos de cifrar esperanzas?

Algo no suena del todo convincent­e. Es que no se compara con lo que tenemos, pobre e insignific­ante pero todavía no derribado, en un país en que sus propios habitantes compiten con la afición de la naturaleza para tumbarlo todo, de una vez, sin miramiento­s. La imagen de la Virgen del Socorro mide sólo 29 centímetro­s de altura. A su alrededor, para preservarl­a, se ha construido un templo que ha soportado de todo cuatro siglos. No deja de impresiona­r.

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Alfredo Jocelyn-Holt

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