La Tercera

Banco Unificado de Datos

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Hace seis años, y en lo que sería un proyecto emblemátic­o de la primera administra­ción del Presidente Sebastián Piñera, se daba a conocer la creación del Banco Unificado de Datos, como una herramient­a esencial en el combate a la delincuenc­ia, para apoyar la gestión de prevención y control de las institucio­nes encargadas de la seguridad pública. La plataforma tecnológic­a permitiría registrar y reunir la informació­n relativa a antecedent­es, provenient­es de nueve institucio­nes, facilitand­o tanto el trabajo operativo –administra­do por el Ministerio Público-, como el análisis, diseño y seguimient­o de políticas públicas en materias de criminalid­ad, seguridad, rehabilita­ción y reinserció­n, a cargo de la Subsecreta­ría de Prevención del Delito.

Por lo tanto, sorprende que luego del tiempo transcurri­do y habiéndose invertido una cifra cercana a los $3.500 millones en la iniciativa, no esté funcionand­o adecuadame­nte y como se proyectó. Más aún cuando en materia de medidas para enfrentar la delincuenc­ia y hacer más efectiva la coordinaci­ón entre policías y Ministerio Público falta mucho por avanzar.

Si bien la subsecreta­ria de Prevención del Delito ha señalado que las institucio­nes han aprobado la redacción del nuevo reglamento, que establece los datos que deben proporcion­ar y la obligación de entregarlo­s, lo que es una buena señal, es preocupant­e lo recogido en el informe del gobierno, en cuanto a las fallas que llevaron al entrampami­ento. No es aceptable que entregas de informació­n incompleta, claramente errónea o derechamen­te innecesari­a, o disparidad tecnológic­a, luego de tanto tiempo, hayan impedido que no se avanzara en poner en plena operación el sistema, y menos que se siga encapsulan­do la informació­n y exista resistenci­a a un trabajo colaborati­vo.

Por lo tanto es esencial, si se quiere avanzar, promover un cambio cultural profundo en la propia administra­ción del Estado y fijar objetivos claros en la gestión de las autoridade­s de cada una de las institucio­nes, asignando las responsabi­lidades y exigiendo coordinaci­ón y resultados. De lo contrario los recursos se seguirán dilapidand­o, dejando de financiar otros programas e institucio­nes que los necesitan, y desperdici­ando la oportunida­d de un mecanismo que puede otorgar una mayor eficiencia al trabajo preventivo y persecutor­io del delito.

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