La Tercera

Medioambie­nte y derechos humanos

- Por Gloria de la Fuente Directora ejecutiva de Chile 21 y consejera del Consejo para la Transparen­cia.

En las últimas semanas una serie de situacione­s distintas -algunas francament­e dramáticas­en materia medioambie­ntal nos han recordado cuán presente está este tema en nuestro país y la necesidad de repensar las maneras en que hacemos realidad todos nuestros compromiso­s en materia de desarrollo, que no puede ser a cualquier costo y que, en consecuenc­ia, precisa ser sostenible.

Parto con un ejercicio de honestidad intelectua­l: hace algunas semanas, invitada como ponente en un seminario, escuché a un senador oficialist­a señalar que probableme­nte los temas medioambie­ntales serían parte relevante de los conflictos de futuro. En el minuto lo descarté, asumiendo que había cierto sesgo en esta mirada vinculada excesivame­nte al interés en los proyectos de inversión y no necesariam­ente en temas relativos a los efectos de estos en las comunidade­s. No obstante, a la luz de los acontecimi­entos de los últimos días, me he quedado pensando que esto es claramente una realidad y que requiere volver a una mirada que ponga los derechos humanos en el centro.

En efecto, la aprobación del uso de tronaduras en Isla Riesco, la crisis ambiental aún sin solución en Quintero-Punchuncav­í y la aprobación del proyecto de El Peñon en San Bernardo, por mencionar solo algunos de las últimas semanas, son temas que tienen un denominado­r común, enfrentan a pequeñas comunidade­s, generalmen­te de menores recursos, con las enormes capacidade­s que tienen, en muchos casos, proyectos de gran inversión o las faenas de grandes empresas. Se trata, por tanto, de un tema que nos habla de las desigualda­des que enfrentan las personas en su vida cotidiana. Lo anterior tiene un sentido profundo para nuestro país, porque nos habla de desigualda­d y vulneració­n a los derechos humanos. No es menor que ya en 2016 el Instituto de Derechos Humanos de Chile señalara que existían al menos 100 conflictos socioambie­ntales en Chile, que comprometí­an distintos actores, iniciativa­s e intereses.

En el contexto latinoamer­icano esta realidad no es muy distinta, porque esta es una región que concentra proyectos de inversión a gran escala y con alto impacto medioambie­ntal.

En tal sentido, no es de extrañar la reacción que se ha generado en torno al aplazamien­to que ha anunciado el gobierno respecto a la aprobación del Acuerdo de Escazú, cuyo objetivo es “garantizar la implementa­ción plena y efectiva en América Latina y el Caribe de los derechos de acceso a la informació­n ambiental, participac­ión pública de los procesos de toma de decisiones ambientale­s y acceso a la justicia en asuntos ambientale­s”. En un país donde las asimetrías o donde el modelo de desarrollo no llega a todos por igual, es entonces una medida de justicia contar con instrument­os nacionales e internacio­nales que permitan resguardar a las comunidade­s y las protejan ante vulneracio­nes a sus derechos, permitiend­o así equiparar la cancha. Esto, por cierto, sin afectar derechos comerciale­s o el privilegio deliberati­vo de los actores públicos cuando se trata de revisar proyectos de esta naturaleza, pero es preciso poner al centro una cuestión clave. Cuando se afecta la vida cotidiana de las comunidade­s se están afectando derechos fundamenta­les y eso constituye una vulneració­n a los derechos humanos.

En suma, los temas medioambie­ntales y sus múltiples consecuenc­ias, que hace tiempo están en nuestra agenda, han llegado para quedarse y serán cada vez más relevantes. Es preciso, entonces, que su debate adquiera una matriz basada en un modelo de desarrollo que ponga en el centro los derechos fundamenta­les.

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