La Tercera

Los sirios en Chile, un año después

A casi un año de su arribo al país, la realidad de las 14 familias sigue matizada. Mientras algunas ya están insertas en el mundo laboral, otras aseguran que no han obtenido el apoyo necesario para alcanzar ese nivel de autonomía.

- Por Paula Yévenes V.

El primer año de las 14 familias sirias, que llegaron como refugiadas el 12 de octubre de 2017 a las comunas de Villa Alemana y Macul, ha sido bastante dispar. Aunque en el intertanto el grupo ha crecido y seguirá haciéndolo: los 66 que arribaron ahora suman 70 y vienen otros tres integrante­s de la pequeña colonia en camino.

Uno de ellos es el hijo de Saeed Antakli, el tatuador de Alepo. Él y su esposa Rita Yacout se convertirá­n en padres por tercera vez en enero, y aunque les gustaría estar felices, dicen tener más incertidum­bres que certezas de su vida en Macul. “Llevamos un año acá y aún no tengo trabajo. Eso me hace sentir triste, porque no sé qué futuro les daré a mis hijos”, explica Antakli, con la ayuda de un traductor en línea. Pese a que maneja algunas palabras en español, no son suficiente­s para mantener una conversaci­ón fluida.

Con gestos, el también exsastre intenta indicar que tiene capacidade­s suficiente­s para dedicarse a la electricid­ad, pintura, lavado de autos y la reparación de objetos electrónic­os. De hecho, con el dinero de un proyecto Fosis que obtuvo, no dudó en comprar una máquina para cambiar pantallas de celulares y algunos accesorios. Sin embargo, aún no puede darle uso, pues está a la espera de un permiso municipal. Mientras, la familia se mantiene con el aporte de $ 500.000 que por dos años les aseguró el gobierno de Chile, para darles tiempo a asentarse y establecer­se.

“Yo no quiero irme de Chile, solo quiero trabajar y vivir con dignidad. Siento que a nosotros como familia nos han discrimina­do y nos sentimos abandonado­s por el programa”, dice, con evidentes gestos de aflicción. Luego, saca su teléfono y llama a algunos de sus compatriot­as. En árabe les pregunta cómo están viviendo en Chile y una respuesta se repite: la Vicaría no es buena.

La Vicaría de la Pastoral Social Cáritas Chile es el ente encargado del Programa de Reasentami­ento de los refugiados. Son quienes conviven con ellos la mayor parte del tiempo y, por lo mismo, dicen haber estado consciente­s de que problemas así se podían generar. “Nos pasa mucho en otros programas que las familias esperarían que dijéramos que sí a todas sus necesidade­s, pero a veces nos toca decir que no”, explica Luis Berríos, secretario ejecutivo de la Vicaría, quien añade que, por ello, se vigilan con especial atención los casos como el de la familia del extatuador, aunque, según sus registros, son solo tres -de 14 familias- las que no tienen ninguna actividad económica y que la mayoría ha asistido, al menos, a una entrevista de trabajo.

Distinta es la realidad de los Alshehawi, en Villa Alemana. Nabil, el jefe de hogar, trabaja hace tres meses en la empresa Lipigas y además, junto a su esposa, hacen entregas de comida árabe a domicilio. “No es demasiado difícil subsistir. Me tomó tres o cuatro meses entender cómo vivir en Chile”, afirmó.

Para Nabil lo más complejo fue adaptarse al ritmo de vida local. Dice que en Siria y el Líbano -país que los refugió previo a su llegadatod­o era más acelerado, por el temor constante a los ataques a los grupos armados. “Siempre he sido de los que ven el vaso medio lleno. Yo y mi familia estamos contentos con lo que el programa y el Acnur (Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados) han hecho por nosotros”, aseguró.

Nabil no está solo en la planta. Eyad Alqasir, otro de sus compatriot­as, también trabaja ahí, de lunes a sábado. Su esposa, Goussum, ha decidido emprender, y dos días a la semana agenda horas para depilación con distintas técnicas.

Pero además de trabajo, también han establecid­o relaciones: Elias Razouk es uno de los sirios que más rápido ha aprendido a hablar español, y los otros refugiados aseguran que se debe al pololeo que inició con una chilena hace algún tiempo.

A menos de diez días del primer aniversari­o del arribo del grupo de sirios, desde la Vicaría hacen un balance positivo. “En términos generales es un proceso que se ha cumplido según lo planificad­o. Se han entregado todas las prestacion­es comprometi­das e incluso más. Aunque sin duda, algunas familias han tenido procesos de adaptación más rápidos y otras más lentos”, manifestó Berríos. Añadió que las cifras avalan la gestión. Primero, porque en un año los refugiados han recibido alrededor de 980 atenciones médicas. Además, todos los niños en edad escolar obligatori­a están insertos en algún recinto. La única falencia que evidencian es la ausencia a las clases de español. “En el primer curso intensivo tuvimos alrededor de un 50% de asistencia”, comentó Berríos.

Sobre la integració­n laboral, el secretario ejecutivo de la Vicaría hizo un llamado a las diversas empresas de la zona para “flexibiliz­ar un poco sus barreras de entrada. Las familias necesitan un empleo con contrato y eso ha costado”. Según él, solo de esta forma el proceso de integració­n podrá tener un completo éxito.

A sus palabras se sumó el alcalde de Villa Alemana, José Sabat, quien aseguró que “acá, ellos han sido recibidos con los brazos abiertos por toda nuestra comunidad, se desplazan libremente, los niños ya tienen amigos, los hombres se han desarrolla­do en el mundo laboral, siendo respetados por sus capacidade­s y habilidade­s e incorporad­os en distintos espacios de desarrollo. Falta mucho por hacer en este tema, pero estamos trabajando para que más empresario­s puedan abrir un espacio de trabajo para ellos”. ●

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► La familia Alshehawi en el frontis de su hogar en Villa Alemana.
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► Saeed Antakli y su familia en su llegada a Chile.

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