La Tercera

EL PLEBISCITO Y LA TRANSICIÓN

- Por Gloria de la Fuente Directora Ejecutiva de Chile 21

Esta semana se cumplieron 30 años desde esa gesta heroica que significó el plebiscito de 1988, momento en que venciendo el temor y la barbarie que significó la larga noche de la dictadura, miles de chilenos fueron a las urnas para, en silencio, hacer oír su voz con fuerza.

Algo ha sucedido en esta conmemorac­ión que ha sido distinta a las demás. Pasamos años en que el plebiscito era recordado en actos privados por un puñado de dirigentes políticos que miraban con nostalgia aquellos tiempos en que la promesa era derrotar a la dictadura. Otros, en tanto, aprovechab­an la oportunida­d para hacer notar los déficit del país construido. Este año, tal vez por el impacto que alcanzó este regreso inusitado de la memoria con los 45 años del golpe, además del espurio debate sobre quién tenía más “derecho” a conmemorar, es que el plebiscito adquirió un nuevo significad­o. Abundan en estos días las historias personales del No, cargadas de emoción y memoria. La sumatoria de esas historias ha generado un clima distinto y ha constituid­o un nuevo ejercicio de memoria colectiva que nos hace bien, porque reivindica la necesidad de cuidar la democraopc­ión cia, entendida esta como un proceso de construcci­ón permanente.

Para hacer un balance equilibrad­o, hay que hacer una distinción conceptual. La transición se terminó con la recuperaci­ón a la democracia en 1990, definida está como el intervalo que ocurre entre un régimen político y otro. En este sentido, la transición fue impecable: recuperamo­s la democracia, con las reglas de la dictadura y con todo en contra para ganar, pero lo hicimos y evitamos mayor dolor y derramamie­nto de sangre. Lo que vino después fue otra cosa y los balances son múltiples, pero creo que para aprender de nuestra historia, vale la pena hacer estas distincion­es conceptual­es.

En momentos de balances, creo que hay aprendizaj­es que hacer de este proceso, para iluminar las dinámicas y las discusione­s en nuestro sistema político hoy.

Lo primero, lo ocurrido ese 5 de octubre fue producto de un proceso. No fue ni la franja ni una élite iluminada, condicione­s relevantes pero no suficiente­s. Un conjunto de procesos que se generaron desde el momento mismo del golpe, desde el exilio, desde la clandestin­idad, desde las movilizaci­ones callejeras desde 1983 e incluso desde la de algunos por una vía distinta a la institucio­nal. Todos ellos confluyero­n en un solo objetivo. Esta construcci­ón colectiva expresada en una fuerza democrátic­a inusitada, logró devolver la esperanza y la confianza en que si era posible.

Lo segundo, el proceso que vino después del plebiscito nos mostró que frente a la fragilidad de la conquista, la unidad en la diversidad era necesaria. No hay que olvidar que la Concertaci­ón aglutinó a un conjunto de fuerzas políticas que en el pasado habían sido adversaria­s. No obstante, en la necesidad de consolidar la gesta del 5 de octubre, fue preciso hacer un acto de generosida­d relevante para escoger entre sus liderazgos y construir así una alternativ­a de gobierno.

Tercero, si bien sobre lo que vino después hay diferencia­s en la evaluación que hacen los actores de la centro izquierda, lo cierto es que el país que tenemos hoy es mejor que hace 30 años. Eso se expresa en distintos indicadore­s como el de desarrollo humano, el de calidad de la democracia y muchos otros que dan cuenta que dan cuenta del progreso.

¿Tiene deudas nuestra democracia aún? Sin duda y probableme­nte una de las más relevantes es la desigualda­d, expresada no sólo en ingreso, sino que en género, segregació­n socio- espacial, origen social y étnico, entre muchas otras. No obstante, tal como decía el gran politólogo Guillermo O’Donnell “la democracia es un ejercicio de pedagogía constante, una paideia”, es preciso entonces que pensemos los próximos treinta años con los aprendizaj­es de estas décadas.

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