La Tercera

Tlatelolco no olvida la masacre, 50 años después

- Por Valentina Jofré

Cada 2 de octubre, México conmemora a las víctimas de la matanza de Tlatelolco que terminó por disolver abruptamen­te el movimiento estudianti­l que se gestó en 1968. Medio siglo después de aquel fatídico evento, varios de sus protagonis­tas cuentan su historia a La Tercera. “Sufría de pesadillas”, recuerda uno de los sobrevivie­ntes.

El 2 de octubre de 1968, Ciudad de México se quedó muda. A eso de las 18:00, en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, un helicópter­o lanzó bengalas mientras 10 mil estudiante­s se manifestab­an contra el gobierno en la antesala de los JJ.OO. de México. Apenas segundos más tarde, francotira­dores comenzaron a disparar desde los edificios aledaños, dando inicio a una masacre que marcó la historia del país y que 50 años después aún no cuenta con responsabl­es.

En julio de 1968 se comenzó a gestar ese movimiento estudianti­l que se conformó a manera de protesta contra de la represión del gobierno del PRI, que en ese momento llevaba cuatro décadas en el poder. La policía y el Ejército mexicano reprimiero­n estas manifestac­iones a las que se terminaron sumando profesores, médicos, obreros e intelectua­les.

El 2 de octubre, el Consejo Nacional de Huelga (CNH), el órgano de dirección estudianti­l, convocó a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Ese día, Jorge Soria, estudiante de 19 años y recién ingresado a la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME), llegó a las 17:00 al lugar. Una de las primeras cosas que observó, según cuenta a La Tercera, fue un cartel que decía “Mi esposa no vino por estar enferma pero estoy yo aquí con mis pequeños hijos”, y también a un grupo de ferrocarri­leros que se identifica­ba con una manta de apoyo al movimiento estudianti­l. Para este entonces, las marchas de los estudiante­s ya eran una manifestac­ión multisecto­rial.

En el mitin, los líderes del movimiento y del CNH tenían planificad­o dar a conocer algunos avances en los diálogos con el gobierno. Pero la manifestac­ión terminó abruptamen­te con los disparos que provenían de todas partes y que terminaron por matar a 325 personas, según cifras que entregó el diario británico The Guardian, tomando como base las cifras de estudiante­s de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM) y de miembros del CNH.

Los números del gobierno del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, sin embargo, fueron muy distintos: 26 muertos, 1.043 personas detenidas y 100 heridos.

Años después se llegó a la conclusión de que el gobierno veía la insurrecci­ón estudianti­l como una amenaza para su mandato, y a los estudiante­s como “terrorista­s”. Además, el 12 de octubre México sería anfitrión de los Juegos Olímpicos, la primera ciudad latinoamer­icana encargada de organizar ese evento deportivo.

“El gobierno armó esa versión de que se trataba de un intento externo o interno por desprestig­iarlo y boicotear los JJ.OO., y muchos le creyeron. Quizá hasta los mismos soldados que acudieron a la Plaza de las Tres Culturas pensaron que luchaban contra tiradores rusos o chinos”, comenta a La Tercera el escritor mexicano Alejandro Toledo, autor de Todo es posible en la paz: de la noche de Tlatelolco a la fiesta olímpica (2008), y actual miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

En ese sentido, asegura que fue la literatura posterior sobre la masacre lo que ayudó a aclarar el panorama. “La literatura, sobre todo a partir de los testimonio­s de los líderes estudianti­les, que son la base de los libros La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowsk­a, y Los días y los años, de Luis González de Alba, intentó contrarres­tar las carencias de informació­n y hablar de aquello que la prensa había callado”. Él mismo alude a la escritura para dilucidar lo que pasó cuando él apenas tenía cinco años.

“Tenía pesadillas”

Fue el paso de los años lo que le permitió a Rafael González superar el trauma psicológic­o que le generó ser testigo directo de la matanza en Tlatelolco. Tenía 21 años y, al igual que Jorge Soria, estudiaba ingeniería en la ESIME. Como muchos de los jóvenes del 68, fue activista del movimiento estudianti­l. Su rol para la manifestac­ión ese 2 de octubre, fue atraer la mayor cantidad de personas, ya que la idea era adquirir fuerza para dialogar con el gobierno. Y eso fue lo que lo atormentó durante los siguientes cinco años. También había convencido a su novia embarazada, y a sus papás y tíos. Incluso, en su alma de activista, había pensado que aquella manifestac­ión podría ser un buen momento para pedirle matrimonio a su novia.

“En las noches sufría de pesadillas. Sentía recriminac­iones de la gente con la que yo había participad­o y que había fallecido, o con los familiares de quienes yo había llevado a la manifestac­ión”, cuenta González a La Tercera.

En los días posteriore­s a la re-

FUENTE: La Razón, Notimex. presión, Rafael González se fue de Ciudad de México, como varios de los estudiante­s debido la persecució­n estatal. Huyó lo más lejos que pudo, al desierto de Sonora, hasta que se instaló en Ensenada, Baja California, donde reside hasta el día de hoy. “Sufrí un delirio de persecució­n desde ese momento. Sentía que estaba siendo acosado y que me iban a encontrar”, recuerda.

“Pasó mucho tiempo hasta que me recuperé anímicamen­te de este suceso tan trágico. A la fecha me produce lágrimas el recordarlo”, agrega Jorge Soria, quien aquel día terminó detenido, pero logró salir con vida.

Una herida abierta

“El 2 de octubre no se olvida”. Esa ha sido la consigna por años que marca cada conmemorac­ión de la masacre. Así no se ha esclarecid­o el número de fallecidos, tampoco se ha llegado a identifica­r a los culpables del suceso. Y esa es la herida que lleva cada uno de los sobrevivie­ntes y los familiares de los fallecidos.

“Lo que queda es que hagan la investigac­ión aunque los responsabl­es ya estén muertos pero que se mencionen, que quede constancia”, expresa a La Tercera el analista político mexicano Lorenzo Meyer. Sin embargo, asegura que existe un obstáculo: “El Ejército fue el instrument­o, disparó sobre gente desarmada que estaba en una concentrac­ión política en el ejercicio de sus derechos, y no quiere que se lleve formalment­e a cabo la investigac­ión y se diga quién fue responsabl­e”.

“No hay, no ha habido, consignaci­ón de nadie por los sucesos represivos del año 68. Aún vive Echeverría, entonces secretario de gobernació­n, y sería un acto necesario el que se le juzgara por su responsabi­lidad sobre esos crímenes de Estado. Díaz Ordaz (Presidente de la época) murió creyendo que debía honrársele por sus servicios prestados a la patria”, sostiene el escritor Alejandro Toledo.

Echeverría, quien fue presidente de México entre 1970 y 1976, siempre ha eludido cualquier responsabi­lidad en los hechos. “Eso (lo de Tlatelolco) lo manejó todo el presidente (Díaz Ordaz)”, aseguró hace 20 años en una entrevista al diario mexicano El Universal y no ha vuelto a hablar públicamen­te sobre el tema. Hoy se impulsa la reapertura del caso de genocidio en su contra.

Tanto para analistas como para los sobrevivie­ntes de la masacre, la violencia en México es un tema pendiente. Sin embargo, en estos 50 años ha mutado su esencia. “La violencia ha cambiado su naturaleza, pero ahora es peor que antes. Se trasladó del Estado a las organizaci­ones criminales que el Estado no puede controlar”, asegura Lorenzo Meyer.

Para Jorge Soria, la violencia dirigida especialme­nte hacia los jóvenes ha continuado, pero en sus palabras se hace visible un atisbo de esperanza en lo que será el próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que deberá asumir sus funciones el 1 de diciembre.

“Será un tanto difícil destrabar las cadenas de complicida­des (de la violencia) pero vale intentarlo con un nuevo modelo de seguridad pública y mejor justicia social”, comenta.

El Presidente electo se presentó el martes en la manifestac­ión que conmemoró los 50 años de esta masacre, y su discurso recoge parte de las demandas del movimiento estudianti­l del 68: el fin de la represión.

“Puedo decir aquí en Tlatelolco, empeño mi palabra de que nunca jamás daré la orden a las Fuerzas Armadas, a la Marina, al Ejército, a ninguna corporació­n policiaca, para reprimir al pueblo de México”, dijo AMLO frente a los familiares de las víctimas y los líderes del movimiento del 68 que se encontraba­n en la Plaza de las Tres Culturas. Sus declaracio­nes hicieron eco entre los asistentes a la conmemorac­ión, que llevan 50 años expresando que el 2 de octubre “no se olvida para que no se repita”.

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► En esta foto del 3 de octubre de 1968, carros blindados se alinean en la Plaza de las Tres Culturas, en Ciudad de México.

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