La Tercera

Pose: buen look, buenas ideas, poco más

- Por Daniela Lagos Periodista y autora del libro Citas de Series

En la última década, Ryan Murphy se ha convertido en uno de los productore­s fundamenta­les de la industria televisiva estadounid­ense. Una máquina de lanzar títulos y conseguir éxitos de dispar estilo, que van desde el drama musical adolescent­e de Glee hasta el bizarro terror de cada temporada de American horror story, pasando por Feud, Scream Queens y American crime story. Dato aparte: este año logró un acuerdo con Netflix por US$ 300 millones, el más grande conse- guido por un productor en la historia de la televisión.

Con estos créditos, Murphy ha conseguido el derecho de hacer la serie que se le dé la gana, y este año decidió apostar por Pose, un tributo y carta de amor al submundo LGBT de Nueva York en los 80, a la moda de la época y a las familias escogidas. Cualquiera que haya visto el documental Paris is burning, de 1990, puede hacerse una idea del contexto en que se inserta la serie, que se estrenó ayer en Fox Premium y la app del mismo canal.

Al centro de todo están los “bailes” que se mostraban en ese documental, eventos que se hacían a fines de los 80, donde grupos de personas en su mayoría gay o transgéner­o –y también latinos o afroameric­anos- desfilaban y bailaban siguiendo la temática de la noche para llevar un trofeo a su “casa”. Además, su equipo muchas veces era el grupo que los había acogido luego de que su familia los dejara de lado.

Así, entre las peleas de casas, el temor por el SIDA, el amor por la moda y el glamour y la lucha por la sobreviven­cia, se van contando, entre otras, la historia de un chico recién llegado a la gran ciudad y que sueña con ser bailarín, de un hombre casado que se enamora de una prostituta transgéner­o y de una mujer que quiere convertirs­e en leyenda de los “bailes” antes de morir.

Con todo esto, Pose tiene puntos altos; grandes momentos visuales, con especies de videoclips que aparecen en medio de los capítulos y nos transporta­n al mundo de los bailes, y con elecciones impecables de vestuario y maquillaje. También se anota un punto en la historia de las produccion­es LGBT al mostrar a personajes marginales interpreta­dos por actores y actrices de ese mismo mundo. Al mismo tiempo, a veces es una trama que es más forma que fondo, que repite los mismos dramas y conflictos una y otra vez, que es gruesa y sobre-explicativ­a en sus personajes, y que mientras intenta retratar de manera fidedigna el mundo en que se instala, cae frecuentem­ente en el melodrama y la sobreactua­ción. Es una serie que hay que mirar con liviandad, con cariño por la cultura pop y el momento que retrata, sin pedirle ser una obra maestra; porque definitiva­mente no lo es.

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