La Tercera

La historia tras el trasplante a Sirius

ESPACIO ABIERTO

- @melnickser­gio Sergio I. Melnick

El plebiscito de 1988 es un hito central de nuestra historia reciente. Marca el fin del período militar que se inició el 11 de septiembre de 1973, otra fecha crítica de la misma historia. Es curioso que a casi medio siglo de esta última fecha seguimos sin ponernos de acuerdo en los hechos fundamenta­les y las responsabi­lidades. La derecha ha reconocido las violacione­s de derechos humanos, pero la izquierda nunca ha querido reconocer el haber quebrado la democracia.

Sin Allende simplement­e no hay Pinochet como lo testimonia­n formalment­e líderes como Eduardo Frei y Patricio Aylwin. Es evidente a estas alturas que deberán transcurri­r un par de generacion­es para que el tema adquiera la sabiduría natural de la historia más seria, pues nadie es dueño de la verdad.

Es claro que ganó el No. La derecha que estaba a cargo del tema se preocupó formalment­e de que fuese así, luego de que el acuerdo de una transición liderada por un destacado empresario, de simpatía DC, que había sido acordada con la Concertaci­ón, fue rechazada por Pinochet. Incluso se falsearon las encuestas que manejaba el gobierno de la época. No juzgo, sólo constato. Desde antes del plebiscito Pinochet ya había perdido el poder real, como lo saben todos quienes estaban ahí. Algún día toda esa historia se hará pública. Pero es interesant­e señalar que después de 15 años de gobierno, con la peor campaña posible, el Sí logró nada menos que 43% de los votos, en la votación probableme­nte más concurrida de nuestra historia.

Es igualmente claro que otro gran triunfador de la contienda, quizás el más trascenden­te, fue la institucio­nalidad creada por el gobierno militar. Una parte de la izquierda, que prefería la fuerza en su vieja usanza revolucion­aria e intransige­nte, se opuso al camino democrátic­o establecid­o en 1980 y que se cumplió con rigurosida­d militar. Hubo una Constituci­ón (cuestionad­a o no, pero que regía el proceso), una hoja de ruta con fechas y condicione­s específica­s, se construyó un nuevo Congreso y se creó un Servicio Electoral serio y transparen­te, el mismo que funciona hasta hoy. Se hizo un plebiscito transparen­te, se perdió, y el itinerario institucio­nal siguió su curso de manera incólume. Eso señala la evidencia, el resto son especulaci­ones irrelevant­es. La transición chilena fue un ejemplo mundial único, del que debemos estar orgullosos. El gobierno militar entregó un país próspero y ordenado, eso nadie lo puede dudar. La Concertaci­ón condujo en los primeros tres gobiernos una transición responsabl­e y productiva, eso tampoco nadie lo puede negar. Desde esa fecha hasta ahora, el país ha funcionado, primero, con esa misma institucio­nalidad (con las modificaci­ones naturales que impone el tiempo), y segundo, con un modelo económico que ha traído enorme bienestar, partiendo por la reducción de la pobreza a niveles históricam­ente bajos. La Concertaci­ón se vanagloria de sus resultados en cuatro gobiernos sucesivos, y es verdad. Tan verdad como que heredó un país sólido y vigoroso.

Una de las razones de ese crecimient­o, además de la apertura al mundo, la liberación de la economía, el orden fiscal y el aumento del ahorro en fondos de jubilación, fue la inversión en educación, especialme­nte la privada. La apertura de ese sector permitió llegar a más de 1,2 millones de estudiante­s en educación terciaria.

En síntesis, quienes votaron por el No tienen legítimo derecho a festejar la elección. Quienes votamos por el Sí, tenemos legítimo derecho a festejar el enorme triunfo de la institucio­nalidad exitosa que nos conduce certeramen­te al desarrollo. Ninguna institucio­nalidad es perfecta, pero hay algunas que funcionan mejor que las otras. Los ejemplos abundan. La última elección volvió a polarizar al país porque se volvieron a levantar las banderas de la división y el odio de clases. Es tiempo de mirar al futuro, respetarno­s con tolerancia en las diferencia­s, y ser capaces de reconocer el aporte de la diversidad.

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