Muy merecido retiro
Apartir del 5 de octubre de 1988 se inauguró uno de los períodos más luminosos de nuestra historia como país. No alcanzo a listar aquí los miles de ejemplos que señalan un camino de prosperidad individual y colectiva, que no tiene parangón con otro momento de nuestra existencia republicana.
En Chile no solo se recuperó la libertad y la democracia, sino que también –en lo social, económico e institucional– se progresó lo que quizás antes nos hubiera tomado varias generaciones.
¿Por qué entonces tres de cada cuatro personas no saben lo que se celebra el 5 de octubre?
Lo primero es suponer que quienes tuvieron la responsabilidad de conducir Chile en estos años fueron víctimas de su propio éxito, y lo que en su momento fue un formidable avance, hoy solo es parte del paisaje, y un derecho, que cada ciudadano siente como propio. Relacionado con esto, y en segundo lugar, esas nuevas generaciones, especialmente aquellos que se han dedicado a la política –y pese a que su visibilidad y surgimiento a la vida pública tuvieron justamente que ver con el ejercicio de la libertad de expresión, reunión y movilización, que otros ganaron para ellos–, no pueden ni deben heredar las obligaciones y méritos de sus padres, como si permanentemente tuvieran que vivir con la carga de dar las gracias por lo legado.
Tercero, porque la visión crítica que muchos tienen sobre la forma en que se desarrolló la transición política –correcta en ciertas ocasiones, pero también muy injusta en otras– ha ensombrecido lo significativo de aquella gesta, cuestión que fue alimentada por los propios protagonistas de dicho período, quienes confundieron la noble tarea de profundizar los cambios, con el esquizofrénico cinismo de renegar de lo que habían construido. Por último, creo que le hace muy mal al recuerdo de aquella fecha ese dejo de añoranza por los viejos tiempos que se percibe en algunos, confundiendo el respeto con la nostalgia, y peregrinamente suponiendo que ahí siguen ancladas las bases y respuestas para un proyecto político futuro.
No volverá, y sinceramente espero que no vuelva, esa épica que significó arriesgar la vida por la defensa de los derechos y la libertad, o el desafío de tener que reconstruir un país quebrado en su alma; al que no solo hubo que devolverle la esperanza, sino también el pan y su dignidad. A todos quienes hicieron eso posible, quiero una vez más darles las gracias. Pero junto con reconocerlos y reivindicar lo que hicieron, que me llena de profundo orgullo, quiero también decirles que esa época se acabó, y que su mirada sobre lo que Chile es hoy y necesita ahora es igualmente distante y lejana a la vigencia política que para muchos tiene el 5 de octubre de 1988.