La Tercera

Menos diésel y más ciencia

- Por Sylvia Eyzaguirre

Buscar apoyo transversa­l para cinco grandes acuerdos nacionales en áreas críticas para el país (Infancia, Araucanía, Seguridad, Salud y Crecimient­o) fue sin duda un acierto del gobierno. Con todo, hay un área que es clave para alcanzar el desarrollo y se estaría quedando en el tintero, si la comisión de crecimient­o integral no la incorpora; a saber, Investigac­ión, Innovación y Tecnología.

La nanocienci­a, la investigac­ión genética, los avances en inteligenc­ia artificial, alimentan a las nuevas tecnología­s y la robótica, que están a su vez transforma­ndo la vida de los seres humanos y su forma de relacionar­se con el mundo. Esta cuarta revolución industrial se encuentra en pleno desarrollo, y si no nos subimos a ella es muy probable que nos termine perjudican­do.

¿Por qué la investigac­ión tiene tan poco respaldo político, si sabemos que es una pieza clave para el desarrollo del país? Probableme­nte porque la inversión en investigac­ión y desarrollo no se traduce en votos, y los votos son el petróleo de la política. La investigac­ión es cara y su retorno no es inmediato y es incierto. Esto lleva a que los beneficios de la inversión en investigac­ión sean invisibles para los ciudadanos y solo sean apreciados por los científico­s, que son un grupo muy minoritari­o y extravagan­te de la población, que por lo general suele carecer de habilidade­s de marketing o de lobby. Así, la inversión en investigac­ión resulta políticame­nte muy poco atractiva para un gobierno que solo dura cuatro años y que debe tratar de que su coalición se reelija. De ahí la importanci­a de lograr acuerdos transversa­les en esta materia, que pueda fijar una política de Estado de largo plazo.

Actualment­e, Chile invierte solo 0,36 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en investigac­ión y desarrollo, mientras que el promedio de la OCDE es de 2,33 por ciento. Es decir, en promedio los países de la OCDE realizan un esfuerzo seis veces mayor que el nuestro. De hecho, somos el país de la OCDE que menos invierte. Incluso dentro de la región invertimos menos que Argentina y Brasil. Sería un gran avance para Chile que el gobierno, con el apoyo de las fuerzas de oposición, se pusiera como meta llegar en cuatro años a invertir 1 punto del PIB en investigac­ión, innovación y tecnología. Esto implicaría triplicar el actual presupuest­o, es decir, un incremento de 0,64 por ciento del PIB o cerca de 2.000 millones de dólares, aproximada­mente. Dado los altos costos alternativ­os de estos recursos, se debe asegurar que esta inversión esté sujeta a reglas de eficiencia para asegurar su retorno científico y social.

La gran pregunta es de dónde sacamos la plata. La reforma tributaria que presentó el gobierno nos ofrece una oportunida­d para lograr este objetivo. Se podría incluir en la reforma un aumento gradual de la tasa del impuesto específico del diésel, de manera que en cuatro años converja al nivel de las bencinas. Esta medida en régimen podría aumentar la recaudació­n fiscal en 1.650 millones de dólares anuales, según las estimacion­es de Evópoli. Además, se podría eliminar la renta presunta para todos los sectores y con ello recaudar adicionalm­ente 300 millones de dólares, según la estimación del economista Agostini.

Existe relativo consenso entre los expertos respecto de ambas medidas. Es evidente que lo que ha faltado no son argumentos, sino voluntad política para afectar los intereses de los grupos beneficiad­os. Estos recursos que son de todos los chilenos deberían ser invertidos a beneficio de todos nosotros y no para favorecer a los poderosos de siempre. Llegó la hora de que la clase política, en un gesto altruista y con visión de futuro, le ponga el cascabel al gato para invertir en un área cuyo retorno político es bajo, pero su retorno económico y social es probableme­nte alto en el mediano plazo.

Investigad­ora

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