La Tercera

¿Por qué Bolsonaro?

- Escritor y periodista peruano Por Álvaro Vargas Llosa

Existe la tentación, tras una victoria como la de Jair Bolsonaro en Brasil, de pensar que una tara mental aqueja a los votantes, que una deficienci­a cultural los hace proclives al extremismo. Eso es no comprender la esencia del populismo, de izquierda o derecha. El populismo es siempre una enfermedad de la democracia, un fenómeno no antidemocr­ático sino “excesivame­nte” democrátic­o, por paradójico que esto parezca. Me refiero a que son las circunstan­cias las que instalan en los votantes un estado de ánimo que los impulsa a buscar, dentro del sistema democrátic­o, salidas que en otro modo jamás buscarían.

No son los brasileños, por ser brasileños, los que han dado 46% de los votos a un populista de derecha, sino las circunstan­cias extremas las que han alojado en votantes que de otro modo votarían distinto un impulso de soluciones límite a los males que los angustian desde hace años. Exactament­e igual que cuando los venezolano­s votaron por Hugo Chávez a finales de 1998 no votaban por un populista de izquierda porque estuvieran ontológica­mente predispues­tos a ello, sino porque una acumulació­n de hechos había modificado los parámetros de lo razonable y convertido lo inimaginab­le en tentación electoral.

Los sufridos brasileños han vivido, en pocos años, esta alucinante secuencia: una prosperida­d que sacó a millones de la pobreza y los colocó en la clase media; una recesión traumática que reveló hasta qué punto la prosperida­d anterior era artificial, producto del asistencia­lismo, la explosión del crédito barato y el dirigismo manejados por el populismo de izquierda del “lulapetism­o”, poniendo en evidencia que los servicios públicos seguían siendo paupérrimo­s y la sociedad estaba endeudada a tasas de espanto; la revelación, gracias a “Lava Jato”, de que el Estado populista y decenas de empresas llevaban años participan­do de una corrupción sistemátic­a y descomunal, que engullía a casi todos los partidos (hay una treintena); por último, el agravamien­to de la atroz insegurida­d, al extremo de que en Brasil hay 31 homicidios por cada 100 mil habitantes, seis veces más que en Argentina.

En ese contexto -y mientras la economía, a pesar de las reformas del impopular Michel Temer, no lograba un ritmo de crecimient­o definitivo-, había la amenaza de que Lula, el hombre al que más de medio país ve como símbolo de todo lo anterior, volviera al poder, pues mantenía un tercio del apoyo popular. ¿Puede alguien extrañarse de que los brasileños, que, como cualquier otro pueblo del mundo, no son filósofos de la democracia liberal y los valores republican­os sino seres humanos que en situacione­s límites buscan un salvador, se inclinaran por un tipo como Bolsonaro? No, lo extraño, lo verdaderam­ente misterioso, habría sido que, después de todo esto, los brasileños quisieran en la Presidenci­a a alguien, por ejemplo, como Geraldo Alckmin, el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña, para citar a la fuerza opositora tradiciona­l que en circunstan­cias normales habría sido la alternativ­a previsible.

Los brasileños creen que un ex capitán de la reserva que ofrece armas a los civiles y habla como un sheriff del lejano oeste pondrá orden; que un tipo que no teme ofender a las minorías o soltar bravatas machistas pondrá orden en el caos que han provocado los políticos; que un campeón de la “familia” que odia la idea de que la educación pública instale la tolerancia frente a todas las opciones sexuales en los jóvenes, y que ha sintonizad­o con los rectos evangélico­s, acabará con las prácticas disolvente­s del rojerío y los liberales; y, por último, que un “mano dura” como este no permitirá que Brasil se vuelva Venezuela o que los venezolano­s que huyen de su país invadan Brasil.

Esto es lo que ha llevado a 49 millones de brasileños a dar su respaldo a Bolsonaro y colocarlo a sólo cuatro puntos de una victoria en la primera vuelta. ¿Se moderará Bolsonaro si derrota a Fernando Haddad en la segunda vuelta? ¿Será Paulo Guedes, su instruido asesor económico, capaz de hacer la reforma impopular del paquidérmi­co Estado? ¿Sobrevivir­á la democracia institucio­nal a los exabruptos de Bolsonaro como la sólida democracia estadounid­ense sobrevive a los de Donald Trump?

Aún no lo sabemos. Pero, antes, comprendam­os por qué los brasileños han votado de esta alucinante manera.

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