La Tercera

Populismos

- Patricio Zapata Abogado

La alta votación de Jair Bolsonaro es una expresión elocuente de los problemas sociales, económicos y políticos de Brasil. Y de los muchos fracasos, renuncios y debilidade­s de las fuerzas políticas democrátic­as, de centroizqu­ierda y centrodere­cha, que debiendo haber ofrecido respuesta eficaz y oportuna a algunos de esos desafíos, no lo han hecho.

Aquí no caben eufemismos ni atenuantes. El historial discursivo de Bolsonaro, sexismo, racismo, homofobia y desprecio por los derechos humanos, es moralmente indignante. Sus propuestas son livianas algunas, extremas otras (es muy instructiv­o que tanto José Antonio Kast como Manuel José Ossandón se hayan subido públicamen­te a esa micro). Ahora bien, y esa debiera ser una pregunta central a hacernos, ¿qué llevó a 49 millones de brasileños a darle su voto?

Los analistas coinciden en apuntar a dos factores principale­s: la delincuenc­ia desatada y la corrupción extendida. Pues bien, y si esas eran las preocupaci­ones centrales del pueblo brasileño: ¿por qué no hubo margen para propuestas sensatas? ¿Por qué no convencier­on los partidario­s de los cambios realistas y respetuoso­s de los derechos humanos?

Vistas así las cosas, y junto con ejercer la crítica a las ideas de Bolsonaro, tiendo a pensar que debiesen dedicarse tiempo y energía a comprender la cierta incapacida­d de los políticos reformista­s o progresist­as cuando deben competir con populistas como él.

Intelectua­les progresist­as, filósofos liberales, empresario­s, cuadros tecnocráti­cos y líderes de opinión, varios llevan (…llevamos) casi 20 años usando el sustantivo “populista” como una adjetivo descalific­ativo. Como el arma arrojadiza que lanzamos contra todo caudillo o aspirante a caudillo que promete más de lo que previsible­mente puede entregar. Se la usó y usa contra los Le Pen en Francia (padre e hija), contra la Liga y 5 Estrellas en Italia, contra Trump en Estados Unidos y, por supuesto, contra los líderes del socialismo bolivarian­o (Evo, Chávez, Correa, Maduro, etc.). Y ahora, Bolsonaro. La verdad sea dicha es que, tal como se la ha estado usando, la consigna antipopuli­sta no parece estar teniendo resultados. No entre los que votan.

La equivocaci­ón de los “razonables” no consiste, por supuesto, en denunciar los peligros inherentes a la demagogia, el discurso intolerant­e y la irresponsa­bilidad fiscal. El error parece radicar en el hecho de no haber advertido suficiente­mente la radical pérdida de credibilid­ad de políticos y partidos “tradiciona­les”. Es la sensación de haber sido traicionad­os por sus representa­ntes, la que explica que los ciudadanos ya no acepten sus explicacio­nes y presten oídos, en cambio, a unos “outsiders” a los que se les “perdona” todo tipo de barbaridad­es. No me parece justo ni lógico eludir la autocrític­a por la vía de sugerir que el 40% o 50% de los ciudadanos está formado por mentecatos fácilmente engañables o por fascistas en potencia. A los que votaron el domingo recién pasado en Brasil hay que escucharlo­s. A todos.

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