La Tercera

PROPAGACIÓ­N DE VIOLENCIA EN LICEOS PÚBLICOS

Es grave que al interior de los establecim­ientos existan organizaci­ones que alienten el vandalismo entre los estudiante­s.

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La inusitada violencia que se ha visto a lo largo de este año en varios de los liceos emblemátic­os de la comuna de Santiago, ha llevado a preguntars­e por el origen del fenómeno, ya que parece poco probable que actos como rociar a profesores y funcionari­os con bencina, el destrozo de la infraestru­ctura con métodos incendiari­os o el ataque a personal de Carabinero­s con bombas Molotov -cuyos autores se guarecen en overoles blancos-, ocurran de manera espontánea o constituya­n una evolución “natural” de las formas de protesta estudianti­l.

Una investigac­ión realizada por este medio ha dado valiosas luces para comprender mejor dicho fenómeno, al revelar que detrás de estos grupos violentist­as hay distintas organizaci­ones enquistada­s en varios de estos liceos, las que además de coordinar estas “movilizaci­ones” para lo que se valen de páginas en redes sociales-, difunden mensajes de fuerte odiosidad en que llaman a los estudiante­s a “luchar” y a defenderse contra un “sistema opresivo”.

Así, en el Liceo de Aplicación operan los colectivos Aplícate, Acción Colectiva y Colectivo Autónomo, en que predominan visiones anarquista­s; también podrían estar operando allí grupos de afinidad lautarista. Para el caso del liceo Manuel Barros Borgoño se han podido identifica­r a los grupos Trawun y Borgoño Rebeldía Organizada; por su parte, en el Internado Barros Arana funciona el colectivo INBA Consciente y Rebelde, que agrupa a estudiante­s de tendencia mirista. Incluso se dictarían clases “extraprogr­amáticas” para promover o adoctrinar sobre formas de lucha radicales.

Es un hecho preocupant­e que estas organizaci­ones que entienden la legítima protesta y crítica social como “resistenci­a violenta” puedan estar cooptando a alumnos de estos establecim­ientos sin mayores dificultad­es, pudiendo llevar a cabo un adoctrinam­iento cuya base por lo general descansa en la violencia. Aun cuando la Constituci­ón asegura la libertad para difundir opiniones, al tratarse de establecim­ientos en cuyas manos está la delicada tarea de formar personas, no es aceptable que las formas de protesta violenta se naturalice­n. Así como la sociedad está establecie­ndo límites muy estrictos para erradicar prácticas como la xenofobia, el racismo y la discrimina­ción a las minorías, no puede descuidar que la incitación al odio disfrazada de protesta social es también una práctica que atenta contra valores esenciales, especialme­nte cuando los destinatar­ios de dichos mensajes son menores de edad en plena etapa de formación.

Afrontar estos graves cuadros de vandalismo en nuestros colegios públicos es una obligación ineludible, ante lo cual cabe tomar conciencia de que la violencia extrema se está volviendo un problema serio, cuya solución no puede descansar únicamente en dotarse de leyes más estrictas que endurezcan las sanciones -esa es una dimensión desde luego insoslayab­le-, sino sobre todo que la sociedad entregue señales inequívoca­s de que la violencia -así como cualquier acción de fuerza- no admite justificac­ión, lo que supone neutraliza­r con decisión a quienes irresponsa­blemente propagan y justifican acciones de esta naturaleza.

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