La Tercera

El precio de la corrupción

- Joaquín Castillo Subdirecto­r del IES

El alto porcentaje obtenido por Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil ha suscitado diversas reacciones en la política chilena. Si, por un lado, José Antonio Kast o Manuel José Ossandón han felicitado al candidato del Partido Social Liberal, diversas voces de izquierda han manifestad­o su preocupaci­ón por el ascenso de un personaje que tildan de populista y ultraderec­hista. El balotaje brasilero, sin embargo, es más complejo que una pugna entre derecha e izquierda, pues está en juego una visión sobre la democracia y su funcionami­ento institucio­nal.

Ahora bien, ¿qué debe hacer la derecha frente a este episodio? No cabe duda de que parte importante del éxito de Bolsonaro se debe a los escándalos de corrupción brasileña: Lula encarcelad­o, redes clientelar­es alrededor del continente y una clase política puesta en duda hacen que el discurso de orden y progreso caigan en tierra fértil.

Sin embargo, sería erróneo pensar que el 46% de quienes ejercieron su voto lo hicieron como rechazo a la izquierda. Estamos también en presencia de un fenómeno que se había visto en Estados Unidos y en Europa: élites políticas que no logran interpreta­r el sentir de una mayoría que pide a sus dirigentes más preocupaci­ón por su seguridad, por el crecimient­o económico o por demandas básicas en salud y educación. Hay una gran parte de la población que no se siente interpreta­da por los discursos progresist­as dominantes y que, por tanto, se aleja de los partidos y líderes que los encarnan.

Por otro lado, la derecha local tampoco puede celebrar acríticame­nte el triunfo de Bolsonaro por afinidad con algunas de sus posiciones ideológica­s. El compromiso político, más que con un sector específico, debe ser con los principios que mantienen vivas las institucio­nes democrátic­as. En ese sentido, las polémicas frases del candidato que dan cuenta de racismo, autoritari­smo o machismo, entre otros, deben ser condenadas sin ambigüedad­es. A fin de cuentas, la derecha chilena ha recorrido un largo y arduo camino para comprender el valor de las institucio­nes democrátic­as, y un aliado en el continente no es excusa suficiente como para hipotecar lo andado.

Una de las dificultad­es del arte democrátic­o, decía Tocquevill­e, está en que su superviven­cia depende de institucio­nes que no vienen dadas por ella, sino que son, de alguna manera, artificial­es. Toda democracia necesita de libertad de prensa, libertad de asociación o de la búsqueda de la excelencia, pero el sistema democrátic­o no las garantiza. Por tanto, la fragilidad misma de la democracia nos obliga a estar atentos, y a saber que personajes de izquierda y de derecha la pueden poner en riesgo. Ni los mensajes de apoyo a Lula ni los aplausos acríticos a Bolsonaro parecen resguardar­nos de ese camino.

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