La Tercera

¿Por qué Bolsonaro?

- Roberto Méndez Escuela de Gobierno UC

“Prefiero un presidente homofóbico o racista a uno que sea ladrón”. Fue la desoladora respuesta de una votante brasileña, entrevista­da a la BBC, que parece representa­r a buena parte del electorado de ese país.

La corrupción tiene simplement­e hastiados a los brasileños, al punto que, aunque hay conciencia de las controvers­iales posiciones de Jair Bolsonaro en materia de racismo, sexismo, manejo de la delincuenc­ia, o su simpatía por las dictaduras, aun así, lo prefieren a cualquier prolongaci­ón de un período que quieren dejar atrás.

Solo una semana antes, Bolsonaro había declarado: “No puedo hablar por los comandante­s de las Fuerzas Armadas, pero por el apoyo que veo en las calles, yo no aceptaría un resultado que no fuera mi victoria” (28 septiembre). Aun ante tan abierta provocació­n a los principios democrátic­os, casi 50 millones de brasileros (46%) optaron por él, probableme­nte como rechazo a la corrupción y caos de las alternativ­as, especialme­nte el desprestig­iado Partido de los Trabajador­es de Lula da Silva, que obtuvo el 29% de los votos y vio fracasar la candidatur­a al Senado de Dilma Rousseff.

El resultado de Brasil es preocupant­e, pero no es un caso aislado. Alrededor del mundo observamos que el ejercicio democrátic­o se debilita. O peor aún, los votantes se inclinan por alternativ­as que no representa­n los valores democrátic­os o incluso son abiertamen­te opuestos a ellos. La pérdida de fe en la política y sus institucio­nes no es algo anecdótico o irrelevant­e. Significa, al final del día, una pérdida de fe en el sistema democrátic­o.

En el mundo hay demasiados ejemplos y parecen aumentar día a día. Estamos ante una tendencia, con réplicas en casi todas las democracia­s de Occidente: no olvidemos el ascenso del Frente Nacional francés o el AfD alemán. Ahora es Brasil, antes ocurrió en Italia, Hungría, Polonia, Venezuela y las dudas llegan hasta los Estados Unidos de Trump.

En Chile, lo sabemos, la imagen de la política y de los partidos viene deteriorán­dose desde hace tiempo. La tendencia, desgraciad­amente, se ha agudizado en el último período. A solo días de celebrar los 30 años de la recuperaci­ón de la democracia, una encuesta determinó que, muy mayoritari­amente, los chilenos piensan que el regreso a la democracia ha beneficiad­o especialme­nte a los políticos y a los ricos, mientras los pobres y especialme­nte la clase media han sido perjudicad­os (Criteria, septiembre 2018). ¿Suena familiar?

Para quienes observamos con preocupaci­ón la salud de la democracia liberal y sus valores, el resultado de Brasil constituye un duro golpe. Es que, en ese contexto, el desprestig­io de la política chilena constituye un pésimo augurio.

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