La Tercera

Patricio Jara: “Me interesan los últimos soldados de la tropa”

El escritor antofagast­ino presenta El cielo rojo del norte, colección de relatos ambientado­s en la Guerra del Pacífico. También reedita su novela Prat.

- Pablo Marín

Días antes de verse empampado, aplastado por el sol del desierto, el teniente chileno Tomás Godoy recorría el territorio con una patrulla de explorador­es. Tenían mapa, órdenes claras, agua y caballos. No había por dónde perderse ni desviarse. Hasta que una cortina de tierra cambió las cosas.

La patrulla había salido con la misión de determinar a qué distancia se encontraba su compañía del río Loa. “Debían llegar a su ribera, asegurarse de que no hubiese presencia enemiga, volver y dar cuenta de lo visto. Esa fue la orden. Pero ahora aquello había desapareci­do”. Ahora, “el teniente camina por la llanura arrugada, solitaria y sin nombre”, cansado ya de buscar una señal para orientarse. Después de todo, “perderse en cualquier desierto es malo, pero perderse en el desierto más seco del mundo y en plena guerra, es horrible”.

Creado hace cuatro décadas por el escritor y poeta Nicolás Ferraro, el personaje de Godoy no era entonces un militar ni estaba en medio de guerra alguna. Pero lo estuvo para Patricio Jara (1974), antofagast­ino al igual que Ferraro, quien se despachó un remake del cuento Tomás Godoy, el empampado. Lo tituló La muerte es una cosa muy seria y lo incluyó en su último libro, El cielo rojo del norte, que acaba de llegar a librerías.

Los ocho relatos que lo pueblan hacen convivir a personajes históricos, como

Eleuterio Ramírez, con otros puramente ficcionale­s. Pero no fue misión del periodista y narrador, autor de El

mar enterrado y Quemar un pueblo, etiquetarl­os o diferencia­rlos por cuestiones empíricas. Lo suyo, más bien, fue armar textos precisos y evocativos cuyos protagonis­tas son individuos de a pie que entregan al lector una dimensión sufrida y cotidiana de la experienci­a de la guerra.

Historia y literatura

El propio libro informa que los relatos se fueron escribiend­o en los últimos 18 años, período en que el autor incursionó paralelame­nte en la crónica, la novela y el cuento, recibiendo el premio del Consejo Nacional del Libro (2002) y el Municipal de Literatura (2014).

“Fue un proceso lento, sin apuro”, comenta el también colaborado­r de La Tercera respecto de su set de historias, dispersas en un principio. “Cuando te pasas mucho tiempo escribiend­o novelas, cuesta trabajar en espacios reducidos, quedas con los frenos largos. Escribía un verano y revisaba lo escrito al siguiente. Hubo uno que escribí durante toda la recuperaci­ón tras lesionarme jugando fútbol, en 2011. Estuve como el protagonis­ta de Misery. Pasó mucho tiempo para ver la unidad”.

Incluso desconocie­ndo estos datos, llama la atención la prolijidad con la que trabaja cada historia: el modo en que el hacer y el padecer de los personajes los van constituye­ndo, así como los delicados recursos usados para instalarlo­s en una geografía normalment­e hostil, que Jara conoce de primera mano y que ha trabajado a lo largo de su producción.

Su faceta de cronista, de quien observa quisquillo­samente personas, lugares y cosas, es decisiva en este punto (tal como sugestiva y quirúrgica resulta la pluma). Tómese como ejemplo el arranque del relato que da su título al libro: “La misma mañana en que las tropas chilenas desembarca­ron en el puerto de Antofagast­a -y quizás en el mismo instante en que el primero de los doscientos soldados plantaba su calamorro recién lustrado en el tablón más cercano del muelle-, Apolonio Mancuso salió de su casa rumbo a la recova”.

Mancuso es un “sangrador”, como el de la novela homónima de Jara (2002): en ausencia de dentistas profesiona­les, saca dientes y muelas. Una de estas últimas -del juicio, para peoratorme­ntaba al coronel melipillan­o Emilio Sotomayor y Mancuso, boliviano sin preparació­n formal en lo suyo, se ungió involuntar­iamente como héroe de baja intensidad.

De un espíritu de superviven­cia como el de estos personajes se alimenta un libro que tuvo sus razones para vertebrars­e en torno a la Guerra del Pacífico, y Jara las expone. Dice que en muchos momentos este conflicto “fue nuestro propio Vietnam”. Que él ha sido siempre lector de historia y que “varios relatos son una reacción a esas lecturas”. Le interesan mucho los detalles, agrega: “Los espacios en blanco, las preguntas que cuesta responder. Eso, creo, es inevitable cuando eres

periodista”.

Hay muchas zonas borrosas en la historiogr­afía que resultan, al decir de Jara, ideales para un abordaje desde la ficción. Y ahí entran estos personajes, los suyos, que desde la periferia de la Historia con mayúsculas ayudan a iluminar el pasado: “Me interesan los últimos soldados de la tropa, los que no salen en la foto ni quedan en la memoria, pero que estuvieron allí y que son tan buenos y tan malos, tan héroes y tan cobardes como todos”.

Jara presenta una surtida galería de individuos: un boticario italiano que oficia de doctor, un militar boliviano que gana algún dinero en la lucha libre, un músico serenense que vuelve a la ciudad desde el frente y se sorprende a sí mismo inventando experienci­as de la guerra. Hay personajes y hay recurrenci­as temáticas, como las relaciones entre conocimien­to y poder.

También, por último, hay una literatura que se alimenta de la historia de la literatura. Mencionado ya el remake del cuento de Ferraro, Allá en el norte hay una guerra nació a partir de una historia de Ernest Hemingway,

El regreso de un soldado

(1925), mientras el relato

Desnudo, contuso, completame­nte sordo tributa al suizo Blaise Cendrars y menciona a Edgar Allan Poe y a H.P. Lovecraft.

Su libro, dice Jara, “está lleno de guiños, de homenajes explícitos e implícitos”. Y remata contando que, como todo libro con tanto tiempo en el horno, el suyo “está lleno de chistes internos, mensajes a amigos y opiniones escandalos­as”. ●

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Patricio Jara es profesor en la Escuela de Periodismo de la U. de Chile.

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