La Tercera

Hablando de ultras

- Gonzalo Cordero

El holgado triunfo de Bolsonaro, en la primera vuelta presidenci­al en Brasil, lo dejó a las puertas de ser el próximo gobernante del gigante sudamerica­no. Candidato típicament­e atípico, se caracteriz­a por sus frases misóginas, homofóbica­s y racistas, pero también por un discurso duro contra la corrupción, la delincuenc­ia y por proponer reformas económicas en sentido correcto.

Todos los medios de comunicaci­ón que vi y la generalida­d de los periodista­s se refirieron a él como un candidato de “ultraderec­ha”. Esto me sorprendió en dos sentidos: que la misoginia, el racismo y la homofobia sean inmediatam­ente asociadas al sector político con el que me identifico; pero también, porque no recuerdo el uso del adjetivo “ultraizqui­erda” de manera equivalent­e.

Lo primero me molesta, porque soy de derecha y presumo no ser nada de eso; pero, además, porque la máxima encarnació­n de esas barbaridad­es –Hitler- fue enfrentado y detenido gracias a la determinac­ión de Churchill, el más grande líder que tuvo la derecha en el mundo durante el siglo XX, que plantó cara antes y con más determinac­ión que nadie al socialismo Nazi y luego anticipó el peligro del socialismo marxista. Pero también hago un mea culpa, porque algo hemos hecho mal nosotros, si está socialment­e validado atribuirno­s esas formas de barbarie.

Pero el otro punto también es interesant­e. ¿Qué tendría que hacer alguien para que se le califique como de “ultraizqui­erda”? No recuerdo un titular que hable del régimen ultra izquierdis­ta de Maduro, o de Ortega, o de Kim Jong-un. A todos se les aplica algún otro calificati­vo neutro, Ortega es “sandinista” o, cuando más, se habla del “régimen” de Maduro o de Kim. Tal parece que no es posible ser de “ultraizqui­erda”; la homofobia, cuando es de Stalin o del régimen castrista no es una expresión exagerada de su izquierdis­mo, pero sí lo es del derechismo.

Algo parecido ocurre con el liberalism­o: los liberales Rawlsianos, vale decir, que postulan un liberalism­o de caracterís­ticas estatistas e igualitari­stas, pueden enarbolarl­o como bandera de modernidad y progresism­o; pero aquel que sigue el liberalism­o de Hayek, Popper y Friedman, no es realmente un liberal; para esos liberales hay otra denominaci­ón distinta, la de “neoliberal”. La diferencia es que los neoliberal­es son –somos- expresión del abuso y la codicia; de modernidad y civilizaci­ón nada.

El problema de Brasil no es, como se sugiere, que va a ganar un candidato de extrema derecha; el verdadero problema es que un ciclo de gobiernos corruptos de ultra izquierda arrojó a los brasileños a los brazos de un candidato que parece ser racista, misógino y homofóbico. Cambian muchas cosas, según donde ponemos el “ultra”.

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