La Tercera

Tiempos populistas

- Alfredo Jocelyn-Holt

Está visto que la derecha extrema puede obtener triunfos perfectame­nte acordes con las reglas del juego democrátic­o institucio­nal. Ha sido el caso en estos días en EE.UU. (lo de Trump-Kavanaugh) y en Brasil, como también ya antes en Reino Unido, Europa y Rusia. Nada de ello, por tanto, debiera sorprender­nos, aun cuando hay quienes no se conforman, lo encuentran inconcebib­le, una soberana aberración popular, y quizá lo sea. ¿Aunque hasta qué punto y de qué índole?

Semejantes triunfos, perversos o no, tendrán algún asidero, obedecerán a móviles; cuesta creer que surjan de la nada. La tercera ley de Newton sostiene que a igual acción ha de seguir una equivalent­e reacción. ¿Por qué no suponer, entonces, que estos éxitos de derecha están siendo provocados, sea por rechazo, afán de desalojo y desmantela­miento, giro pendular, o mera contrafuer­za?

La idea misma de democracia que se maneja estimula, además, confrontac­iones entre grandes bloques electorale­s bipolares, los que no tienen por qué favorecer a unos y no a otros. Si el progresism­o tipo Lula, Chávez, Evo, los Kirchner, Obama, Bachelet, cree que con amplias mayorías se pueden imponer reformas radicales, ¿por qué no habría de pensarse de igual manera bajo otros signos, agotada la racha opuesta?

Es más, los radicalism­os de izquierda, una vez en el poder, no solo no solucionan viejos problemas, generan otros tantos. La desafecció­n de zonas rurales y clases medias bajas, el temor a la insegurida­d y el repudio a la corrupción, la sensación que desde el Estado se crean nuevos privilegio­s que no favorecen a todos, la desigualda­d creciente aun con economías en auge: todos ellos coinciden con vaivenes recientes en, sin ir más lejos, EE.UU., Brasil, Argentina, México y Chile. En países donde estos relevos no se han dado, Venezuela y Bolivia, no es que se piense en términos muy distintos (se trata de democracia­s populares), sino que la oposición no tiene margen posible para generar un giro de 180 grados.

Por último, ¿es que ya no hay espacio para un centro moderado que frene el populismo? Pareciera ser que no. ¿Cómo puede haberlo si las institucio­nes políticas que fueron creadas para ello están siendo permanente­mente desacredit­adas, si medios periodísti­cos convencion­ales no se la pueden con plataforma­s y redes sociales a mayor escala e impacto, si el mercado y su publicidad son populistas, si bolsas suben a la par con opciones de ese signo, si la masificaci­ón de la educación y lo que conlleva no garantizan calidad? El populismo no es otra cosa que la vulgarizac­ión de la política, del mercado y la educación, en que a ciudadanos se les trata de manera chabacana y responden tal y cual.

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