La Tercera

La desesperac­ión brasileña

- Carlos Ominami

Salvo un milagro, Jair Messias Bolsonaro será el próximo Presidente de Brasil. Los 17 puntos de diferencia y la cercanía en primera vuelta de la mayoría absoluta hacen que esa distancia sea prácticame­nte irremontab­le. El único caso de reversión de una diferencia parecida se dio el 2016 en Perú. En segunda vuelta, Pedro Pablo Kuczynski, que había obtenido 21,05% en primera, derrotó a Keiko Fujimori, que había alcanzado 39,8% de los votos. Las circunstan­cias políticas son, sin embargo, muy distintas, y lo que le falta a Bolsonaro para llegar al 50 más uno es mucho menor que en el caso de Perú.

Aunque el resultado de la elección haya sido recibido con cierta euforia por los mercados, con una fuerte alza de la Bolsa brasileña y una subida del real, el pronóstico de lo que viene hacia adelante para Brasil es más que sombrío. Bolsonaro no encarna un proyecto, representa más bien un estado de ánimo que ha transforma­do la desesperan­za respecto de las fuerzas políticas tradiciona­les en una franca desesperac­ión de la mayoría del electorado. Durante la campaña, Bolsonaro ha mostrado más consignas que propuestas y proferido más insultos que argumentos; más descalific­aciones que llamados a superar la profunda polarizaci­ón. Su programa ultra neoliberal, conducido por Paulo Guedes, se estrellará rápido con las complejida­des de la economía brasileña y las grietas que exhibe la globalizac­ión. El éxito de Bolsonaro se construyó en el barro de la insegurida­d, el desempleo y la corrupción. Nada bueno saldrá de allí.

Las responsabi­lidades del PT son ineludible­s. Fue condescend­iente con la corrupción y pecó de sectarismo. No intentó atraer al centro representa­do por Fernando Henrique Cardoso, empujándol­o hacia la derecha, y no fue tampoco capaz de unificar a la izquierda. En la pasada elección, una alianza con Ciro Gomes desde la primera vuelta habría generado una candidatur­a capaz de competir mano a mano con Bolsonaro.

El precio a pagar es terrible. No se trata simplement­e de la alternanci­a propia de las democracia­s. Bolsonaro encarna la barbarie: el racismo, la misoginia, la homofobia, el fanatismo religioso, la intoleranc­ia.

Hay mucho que aprender de esta triste experienci­a. La naturaliza­ción de la corrupción, el estancamie­nto económico, el fracaso en la lucha contra la delincuenc­ia, la incapacida­d de generar alianzas sólidas, las divisiones de la izquierda, la ausencia de políticas de protección social para los sectores medios se alinearon para hacer posible esta tormenta perfecta que azota a Brasil. Son faltas graves que es preciso prevenir.

Bolsonaro es mucho más peligroso que Trump, por una razón muy sencilla: anda armado. Generales en retiro son parte de su reducido equipo de trabajo, su vicepresid­ente es también un exgeneral y es conocida su articulaci­ón con importante­s sectores de las FF.AA.

En este sentido, son especialme­nte graves las reacciones con que este resultado ha sido recibido en la derecha chilena. Que el exdiputado Kast lo salude fervorosam­ente no puede llamar a sorpresa. Es más preocupant­e que busque montarse en esa ola alguien como el senador Ossandón; que los presidente­s de la UDI y RN reconozcan una cierta simpatía, y que el propio Presidente de la República le haya encontrado su lado bueno, evitando una condena clara y neta.

Bolsonaro tiene un solo mérito: su franqueza. Frente al horror que puede significar su posible gobierno nadie tendrá derecho a decir que no sabía, que no estaba advertido.

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