La Tercera

Signo de un problema mayor

- María Angélica Benavides Profesora de Derecho Internacio­nal Público U. Finis Terrae

El medioambie­nte es un problema de primera prioridad. Chile cuenta con normativa (como todo, perfectibl­e), tribunales medioambie­ntales y una sólida institucio­nalidad sobre transparen­cia y acceso a la informació­n aplicable a toda temática. El instrument­o plantea tres grandes áreas: participac­ión en decisiones, acceso a la informació­n y mecanismos de resolución. El Acuerdo de Escazú refuerza, para algunos, aquello que existe en Chile; para otros, suple falencias. Nuestro país fue uno de sus impulsores y el gobierno decidió no firmarlo. No hay claridad si la decisión es transitori­a o definitiva. ¿Hace bien el gobierno? Sí.

La razón va más allá del articulado del Acuerdo. Representa una falencia del sistema nacional en el proceso general de negociació­n y discusión interna de los tratados. La Constituci­ón tiene un mecanismo para dejar a los tratados en punto de ratificaci­ón, que dista mucho del proceso de formación de ley. Las negociacio­nes las llevan el Ejecutivo y el Congreso, sin incentivo alguno de discutir de cara al país su aprobación o rechazo; no transparen­ta el proceso. Así nos encontramo­s en muchísimos casos, de un día para otro, con normas internacio­nales incorporad­as al orden interno, vinculante­s jurídicame­nte. Grupos dedicados al medioambie­nte claman por su firma, aducen que el tratado es necesario y ha habido participac­ión directa de ellos en el proceso de negociació­n. Bravo por ellos. Pero el problema es que el tratado importa a muchos más. Una mirada de sus normas obliga a aceptar que: uno, en materia de transparen­cia, Chile cuenta con mecanismos suficiente­s y efectivos; dos, en materia de participac­ión, el tratado no establece en parte alguna los efectos de ella, sin perjuicio de señalar que ésta se garantiza según las realidades culturales del estado; y tres, establece la obligación de acceso a la justicia que Chile tiene, y que puede ser perfectibl­e mediante diversas instancias judiciales y administra­tivas internas. Con todo, el Acuerdo puntualiza en el artículo 10 que el Estado lo implementa­rá según sus capacidade­s.

Es decir, una norma de cumplimien­to escalonado, propia de los derechos económicos, sociales y culturales.

¿Cuál es entonces el problema real? Que define un sistema de solución de controvers­ias entre estados mediante la competenci­a de la Corte Internacio­nal. No se trata de que una persona pueda recurrir a ella. Y esto es necesario revisarlo. ¿Queremos acceder a nuevas instancias judiciales internacio­nales para ser demandados por otros estados? Estoy en el lado de los que no ven necesidad práctica de retirarse del Pacto de Bogotá -si nos retiramos ahora, nuestros vecinos tendrán aún seis meses para demandarno­s, lo que resta significan­cia a la denuncia del Pacto-. Pero esto no significa que sumemos otros flancos de posibles demandas de países mediante el sometimien­to a la Corte Internacio­nal por Escazú. Y esta es una discusión en la que todos merecemos participar y estar informados. Ese es el problema de fondo. El ciudadano sabe qué proyectos importante­s de ley se tramitan actualment­e, sin detalles quizás, pero sí los grandes lineamient­os. En los tratados internacio­nales esto falta radicalmen­te. Y por esto es acertado que el gobierno haya decidido no firmar. Necesitamo­s una discusión de fondo, abierta, con informació­n y publicidad, del alcance de otorgar a otros estados la posibilida­d de demandarno­s ante la Corte Internacio­nal por las materias del Acuerdo de Escazú.

Los actuales problemas que enfrenta Chile en materia medioambie­ntal, como el horrible drama de Quintero, obedecen a una deficiente aplicación de normas internas y sobre todo fiscalizac­ión. Para eso no necesitamo­s el Acuerdo, que no establece efectos a la participac­ión, reitera normas nacionales de acceso a la informació­n o acciones judiciales nacionales. Necesitamo­s aplicación de lo que nuestro Derecho contempla.

Para solucionar los problemas medioambie­ntales de Chile no necesitamo­s del Acuerdo.

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