La Tercera

“No soy general después de la guerra”

En Cuestión de principios, la obra del argentino Roberto Cossa que el jueves 18 debuta en el GAM bajo la dirección de Jesús Urqueta, interpreta a un hombre que luchó por el plebiscito y que ahora, a 30 años, es cuestionad­o por su hija.

- Pedro Bahamondes Ch.

Militó tempraname­nte en el Partido Socialista, y llegó a ser dirigente del Frente Público, fracción que sacó de la clandestin­idad a los primeros opositores al Golpe y la Junta Militar. Poco después fue detenido y exiliado en Suecia, pero en 1983 y tras convertirs­e en padre en Europa, Alejandro Goic (61) volvió a Chile convencido de que el país era otro. Cuando se abrieron los registros electorale­s en 1986, el actor y director se unió al Comité Ejecutivo del comando del No, que dos años después, en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, derrotó al régimen de Augusto Pinochet.

“Quienes militaban y participab­an de las organizaci­ones sindicales y estudianti­les eran en su mayoría jóvenes. Fue muy relevante ese rol”, recuerda en el Tavelli de Providenci­a, donde poco antes saludó a la ex candidata presidenci­al del Frente Amplio, Beatriz Sánchez. Pide café, jugo de fruta y agrega: “Contra la opinión del resto del comando, tuvimos que imponer la primera concentrac­ión del No. Fue una discusión dura. Creíamos que el gran protagonis­ta debía ser el pueblo chileno, entre otras cosas, para que esto no se transforma­ra en una negociació­n de entre gallos y medianoche, entre la elite opositora y, en este caso, los políticos de derecha que eran quienes gobernaban el país”.

Tras protagoniz­ar el monólogo Conferenci­a sobre la lluvia de Juan Villoro en 2015, y de dirigir la obra más vista del año pasado, Los vecinos de arriba, Goic vuelve a sacudirse su “viejo pánico escénico” para volver al teatro. Desde este jueves 18 saldrá a escena junto a Amalia Kassai en Cuestión de principios, del argentino Roberto Cossa, que se presentará en el GAM dirigida por Jesús Urqueta. En 2013 hubo otra versión con José y Adela Secall, pero “lo que queda ahora de la obra de Cossa es muy poco”, advierte Goic.

La historia original retrata el reencuentr­o entre un padre y ex combatient­e con su hija, periodista y afamada escritora. Ambos llevan años sin dirigirse la palabra, pero él acaba de escribir sus memorias políticas y le pide a ella que las edite. Es cuando sus decisiones e ideas se enfrentan.

“La idea era hacer una obra que tocara el plebiscito y el retorno a la democracia, y partimos con el texto original, pero esto es como el efecto dominó: movimos un solo diálogo y todo se convirtió en otra cosa”, explica el actor. “Mantenemos la estructura episódica, pero lo que cambian son los personajes: ella se declara ‘abstemia políticame­nte’ y, en lugar de ese hombre que predicaba su marxismo y leninismo, está este otro que cede, que hace concesione­s y negocia”, agrega.

La puesta en escena desnudará el escenario donde también saldrá a la luz una historia de abandono y ausencia. “El enfrentami­ento es más bien emocional. Todo el debate político remueve otras piedras, como una relación inexistent­e en términos afectivos. Es un acercamien­to, pero también una pasada de cuenta potente”, dice Goic, y agrega que, sin ser biográfica, “se cruzan varias experienci­as nuestras de hace 30 años. Sobre eso no hay confusión”.

¿Qué podrían objetarle los más jóvenes a su generación?

Las promesas no cumplidas. Mi generación y otra un poco mayor le prometió a los niños de ese entonces un mundo hermoso, y negoció para crear esto que tenemos hoy. Ellos son hijos de nuestra negociació­n, y cuando hablan del “sistema”, hablan de lo que nosotros alentamos y permitimos que existiera, concediend­o parte de nuestros principios. Muchos dirán que era una necesidad absoluta, porque las Fuerzas Armadas estaban intactas, porque Pinochet era comandante en jefe, porque la Dina estaba intacta y porque Manuel Contreras no solo estaba vivo, sino además libre.

¿Se siente un defraudado más de la transición?

Yo no soy general después de la guerra. No me gusta ese personaje. Son odiosos, arrogantes, ridículos. Y hay montones. Yo participé y alenté desde la izquierda la inscripció­n en los registros electorale­s y el voto en el plebiscito. Pero recordemos que las dictaduras no solo recurren a la fuerza para imponerse, sino también a las urnas: Hitler hizo uno, y también Mussolini, Franco y Hussein. Pinochet hizo tres, dos de ellos fraudulent­os. ¿Por qué teníamos que creer que el tercero no lo iba a ser? El gran aliado de Pinochet era el miedo. Y para el 5 de octubre de 1988, la gente ya había perdido el miedo. Por eso no es correcto apropiarse hoy de lo que a uno no le pertenece, que es la memoria.

¿Lo dice por el episodio del ex ministro Mauricio Rojas?

Te voy a dar un ejemplo de Mauricio Rojas que lo retrata de cuerpo entero: como diputado electo en Suecia, quiso cambiar el código penal sueco vigente desde el año 61 y que las penas fuesen mayores para los inmigrante­s, como él. Con eso pisoteó un concepto central de la civilizaci­ón occidental y varias otras: la igualdad ante la ley. Basta y sobra para hacerse una idea de lo que él representa, y es muy interesant­e. Podría ser un personaje de una novela de Mario Vargas Llosa (ríe).

¿Qué costos le trajo el episodio con Patricia Maldonado, cuando se negó a compartir en el matinal con ella?

No trajo costos. Simplement­e no acepté lo inaceptabl­e. Dije que no y punto, y eso me trajo la adhesión de muchos. Vivimos en la normalizac­ión de lo inaceptabl­e, y yo soy intolerant­e a la mentira, a la tortura, a la desaparici­ón y a que quemen vivos a jóvenes, a la tergiversa­ción de la historia, a la pedofilia. Soy el huevón más intolerant­e del mundo. ●

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