La Tercera

La Cenicienta, el triunfo del entorno

- Por Claudia Ramírez Hein

Qué difícil es que alguien no conozca el cuento de La Cenicienta. Ya sea el de Perrault o el de los Hermanos Grimm. Esa historia tan íntegra que ha transitado por la ópera, la música, el flamenco o el cine. Y, por supuesto, también por el ballet. Han sido muchos los coreógrafo­s tentados por esta obra. Y Marcia Haydée, la directora del Ballet de Santiago, ya la tomó en 2005. Ahora, en una nueva versión de la artista brasileña, La Cenicienta, con música de Sergei Prokofiev, regresó al Municipal de Santiago en una puesta que triunfó por lo visual y orquestal.

Porque antes que nada, la propuesta escénica y de vestuario de Pablo Núñez raya en lo más bello que se haya visto. Con cuadros mágicos y otros realistas, con un ropaje que define con finura a cada personaje y permite el movimiento, el diseñador relata por sí solo la historia, y su refinada fidelidad a la narración se hace palpable.

Y por otro lado, la inspirada batuta de PedroPablo Prudencio lleva a la orquesta por una lectura brillante. La riqueza y el colorido musical de la compleja partitura de Prokofiev –muy cercana al cuento de Perrault- encuentran asidero en la Filarmónic­a de Santiago, donde el director dibuja cada personaje, contrapone aquellos bromistas de los tiernos y trasluce luminosida­d, inquietant­e amenaza con las campanas de medianoche, magia y romanticis­mo.

Sin embargo, el problema radica en una coreografí­a a la que le falta más sustancia. Pues Marcia Haydée desdibuja la historia y no se detiene en los detalles dramáticos; sólo aflora lo más somero de ésta. Tampoco hay un perfil nítido de los caracteres, situacione­s o cualidades y defectos humanos (virtud, celos, rivalidad, etc.); insiste con personajes como los grillos que, si bien son simpáticos, terminan por cansar, y suma momentos incomprens­ibles, como el propio final que queda sin una clara resolución o cómo Cenicienta recupera su antifaz, que reemplaza a la zapatilla de cristal.

Pese al poco sostén, los bailarines y el cuerpo de baile rinden a más no poder. Natalia Berríos retoma el rol de Cenicienta con naturalida­d, romántica pasión y limpieza de movimiento­s. Rodrigo Guzmán es un Príncipe de porte elegante y matizada comunicaci­ón. La Hada del Destino (que reemplaza a la madrina) recae en una etérea Romina Contreras, mientras Andreza Randisek perfila con temperamen­to y descarada coquetería a la madrastra. Las hermanastr­as Montserrat López y María Lovero aportan su cuota de comicidad; atlético y divertido es el grillo de Esdras Hernández. Es una serie de personajes solistas que interviene­n en la obra. Y todos ellos, con habilidad y momentos sólidos.

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