La Tercera

Cuadra: “Varias veces conversamo­s de los detenidos desapareci­dos con Pinochet”

Francisco Javier Cuadra Exministro del gobierno de Pinochet entre 1984 y 1987: Cuadra afirma haberle dicho, en el último diálogo que tuvo con el exgeneral sobre la materia, que no se hizo lo correcto y que este le contestó que “no siempre se puede hacer

- Marta Sánchez Leiva

10-11

DETENCIÓN EN LONDRES

“Le comenté que la justicia española y británica lo habían dejado en un estado de vulnerabil­idad absoluta, que al regresar a Chile la justicia iba a hacer con él lo que nunca antes hizo”.

La tarde del sábado 2 de diciembre de 2006, el exgeneral Augusto Pinochet le pide a Francisco Javier Cuadra conversar a solas. Se paran de la mesa del comedor donde tomaban el té junto a otras cuatro personas, y caminan lentamente hacia el escritorio del expresiden­te, pasando por un pequeño jardín de rosas que cultivaba la dueña de casa, Lucía Hiriart.

Fue el último encuentro. Solo un par de horas después, el excomandan­te en jefe del Ejército fue internado de urgencia en el Hospital Militar por un infarto agudo al miocardio y un edema pulmonar, donde murió una semana más tarde.

Pinochet y Cuadra se conocieron cuando este último estaba en segundo año de Derecho de la Universida­d Católica. Años después lo nombró ministro secretario general de Gobierno y la relación de confianza que ambos lograron superó, incluso, las diferencia­s que tuvieron frente a tres hitos: el atentado de 1986, el plebiscito de 1988 y la detención en Londres en 1998.

Este martes se cumplen 20 años desde la detención de Pinochet en Londres. Usted se reunió con él en Virginia Water, donde se encontraba detenido, ¿qué conversaro­n?

Él me pidió que lo fuera a ver, porque quería saber mi opinión sobre su situación. Ahí le dije que no había que poner el centro de gravedad en la cuestión de Garzón, porque era obvia la manipulaci­ón política que existía. Le comenté que la justicia española y británica lo habían dejado en un estado de vulnerabil­idad absoluta, que al regresar a Chile la justicia chilena iba a hacer respecto de él lo que nunca antes hizo y eso era muy grave, dada la edad que tenía, y que la lentitud de la tramitació­n judicial podía significar que llegara hasta su muerte en esa situación. Y como ejemplo le mencioné su recuerdo de la Alameda y cuáles habían sido las trayectori­as vitales de las estatuas de La Moneda, que fundamenta­lmente ensalzaban la formación de la Independen­cia de la República. Y hablamos en detalle de los casos de O’Higgins, Portales, Balmaceda, e incluso conversamo­s de la muerte de Allende.

¿Y cuál fue su opinión?

Él estaba muy conmociona­do, con signos de depresión, y tenía una lectura diferente: quería volver a Chile porque en sus últimos años quería tener una vida de abuelo.

Pese a la confianza que el expresiden­te le tenía, usted ha dicho que salió del gabinete porque no estuvo de acuerdo con la fórmula del plebiscito, ya que las encuestas daban por perdido el Sí. ¿Por qué Pinochet no le creyó?

Hay un factor que no estaba en la planificac­ión y que fue determinan­te: el impacto que tiene en el Presidente el atentado del 7 de septiembre del 86. En ese momento él tenía 71 años, murieron cinco de sus escoltas y como militar le produce un efecto humano devastador. Creo que eso afectó muchísimo al Presidente en lo que son sentimient­os, emociones y sus reflexione­s más personales. Cuando yo le presenté la opción (elecciones abiertas) en noviembre, dos meses después del atentado, me quedé con la impresión de que no era el mismo Pinochet

con el que habíamos trabajado antes.

¿Cuál fue el cambio concreto que usted vio?

En las horas inmediatas al atentado diría que una emoción muy fuerte, lo que más dolía en su recuerdo fue cómo vio morir a su gente. Particular­mente, lo del lanzacohet­e que golpeó el auto que iba adelante de la comitiva a una temperatur­a muy alta, por lo tanto, vio cómo se quemaban las personas. Cuando él vuelve al otro día a La Moneda, estuve por lo menos tres veces solo con él en su oficina y estaba muy emocionado, quebrado humanament­e, muy afectado. Y a las semanas siguientes, después de la Parada Militar del 19 de septiembre, con la señora Lucía se fueron a Cerro Castillo, fui a almorzar con ellos y el Presidente estaba todavía afectado. En términos de análisis, lo que sintió fue la vulnerabil­idad, ya no era la persona segura de antes, entró en su vida una variable que no estaba.

¿Este hecho, a su juicio, hace que él se incline por la opción del plebiscito?

Hubo gente a su alrededor que leyó el atentado fallido como una especie de señal superior. De que él era imprescind­ible para el país, lo que creo fue una lectura incorrecta de los efectos de un atentado. Este se produce porque hay fallas en el sistema de seguridad, no porque esté alguna fuerza superior, no terrenal, intervinie­ndo en la historia humana, eso no es así.

¿Quién le hizo esa lectura?

Muchas personas, algunos que ahora dicen ser padres del No.

Retomemos cuando usted le presenta en noviembre, después del atentado, las dos fórmulas electorale­s: plebiscito y elecciones abiertas, ¿qué le respondió?

Que lo conversára­mos después de la visita del Papa, abril del 87, vale decir, seis meses después. Ahí me di cuenta de que mi estrella política había comenzado a decaer, no había sido lo mismo el 84 ni el 85. Me tocó diseñar y estructura­r varios cambios de gabinete, pero desde fines del 84 en adelante me di cuenta de que mi estrella había pasado. Cuando, efectiva-

mente, el Papa Juan Pablo II se va de Chile, en la primera semana de abril, el Presidente me comunicó que iba a hacer un cambio de gabinete, lo que significab­a que el titular de Odeplan pasaba a ser el vicecancil­ler Francisco Ramírez Migliassi, y en Odeplan entró Sergio Melnick.

¿No tuvo participac­ión en ese gabinete?

No, desde noviembre del 84 en adelante sí, pero en este último, no.

La política es sin llorar…

Sin llorar ni apernarse.

Pero usted siguió siendo vocero hasta junio del 87.

Sí, aunque era evidente que había perdido el nexo más personal con el Presidente. Le hice presente que no estaba de acuerdo con el cambio de gabinete. Entendía que había reuniones para tratar el tema del plebiscito a las cuales no era invitado y tampoco me hubiera gustado ir, porque no habría podido dejar de decir mi opinión de que era un diseño inconvenie­nte e innecesari­o. Por eso, le presenté al Presidente mi renuncia y entre abril y junio varias veces me pidió que siguiera en el gabinete.

Pero esos gestos no bastaron para que se quedara.

De abril a junio fue una especie de atrás para adelante, más que nada por las confianzas personales que existían. Confianza que valoro mucho, porque incluso la tuvimos hasta pocos días antes de su muerte. En la noche en que él es llevado al Hospital Militar, y muere días después, fuimos a tomar té a su casa solamente seis personas: él, Sergio Rillón, nuestras señoras y yo. Después de eso el Presidente pidió hablar a solas conmigo. Tuvimos más de una hora conversand­o solos.

¿Qué conversaro­n?

Comenzó diciéndome que iba a morir antes de lo que él y yo pensábamos. Y me dijo: ‘No me quiero ir sin darle las gracias. Sé que usted ha pasado malos ratos por esa razón. Yo le agradezco mucho, porque siempre me dijo la verdad, pero usted puede suponer que siendo Presidente a uno la gente no le va a decir la verdad siempre’.

PLEBISCITO DE 1988

“Hay un factor que no estaba en la planificac­ión y que fue determinan­te: el impacto que tiene en el Presidente el atentado”.

DD.HH.

“Nosotros, ya desde el año 83 nos fuimos abriendo a colaborar con Naciones Unidas (...) y se sometió al régimen del relator especial”.

Después me preguntó por mi familia, mi matrimonio, mis hijos, mis papás, por mi trabajo y cómo estaba económicam­ente. Se preocupaba de esas cosas, era como un padre. En un momento se sintió muy mal y me pidió que llamara al médico. De hecho, le colocaron una inyección. Eso debió haber sido a las 8 de la noche y en la madrugada se lo llevaron al hospital.

Una de las grandes críticas que se le hacen al régimen militar son las violacione­s a los derechos humanos. ¿En esa última conversaci­ón o en alguna otra etapa, conversaro­n de este tema?

La primera vez que hablé con él de este tema fue el año 76, yo era estudiante de segundo año de Derecho de la Universida­d Católica y la gente del movimiento gremial, vale decir, Jaime Guzmán, nos invitaron a tomar té con el Presidente. Él dijo quiero oír qué piensa la juventud y yo le pregunté qué pasaba en el tema de los derechos humanos.

¿Y qué le contestó?

El argumento de él, yo nunca lo había pensado, fue en la siguiente línea: ‘Yo soy comandante en jefe, estamos en una situación de guerra, de conflicto, y soy responsabl­e de mantener el territorio. Mi gente tiene que salir muchas veces en misiones que son difíciles, son padres de familia, salen el lunes y puede que no vuelvan hasta el jueves, no saben si estarán vivos o muertos. Lamentable­mente, la guerra es así. Nosotros como país tenemos compromiso­s internacio­nales, podemos formar a la gente, podemos darle instrucció­n, pero yo no puedo garantizar que cuando se producen enfrentami­entos el factor humano aparezca y se produzcan situacione­s que son indeseable­s’.

¿Hubo otra oportunida­d?

La próxima vez que estuve conversand­o con él fue casi ocho años después, cuando entré al gabinete. Nos juntábamos los martes en la mañana, a las 9.30. Ahí varias veces conversamo­s del tema, particular­mente el tema de los detenidos desapareci­dos. Y en esa última conversa-

ción, poco antes de que él muriera, cuando me planteó el tema de que yo siempre le había dicho la verdad, le dije que para mí era muy importante que él supiera bien cuál era el fondo de mis argumentos sobre el tema y que no era solo en lo político, no en lo profesiona­l, ni siquiera en la cuestión ética jurídica, era en la cuestión antropológ­ica. Vale decir, en las culturas a las que Chile pertenece, los muertos son respetados y las familias tienen derecho a sepultar a sus muertos. De manera que ese es un valor superior siempre, que en cualquier caso obliga. Le recordé al Presidente que hay un pasaje muy importante en uno de los textos fundamenta­les de nuestra cultura: La

Iliada. Cuando muere Patroclo todavía no es sepultado, él va donde Aquiles su amigo y le pide que por favor lo sepulte, porque su alma no puede estar tranquila. Entonces, le dije que esos son valores muy esenciales y la verdad es que a usted le consta que hasta el día de hoy tenemos problemas por esa situación, porque no se hizo lo correcto.

¿Y el expresiden­te qué le respondió cuando usted le dijo que no se hizo lo correcto?

No siempre se puede hacer lo que uno quisiera.

¿Él estaba consciente de que este era un tema pendiente?

Yo diría que sí. Esto fue el año 2006, uno ve cómo pasan los años y la vida va ordenando las cosas en la medida en que uno se acerca a la otra vida.

Entonces, sí se sabía y se conversaba en ese tiempo sobre las violacione­s a los de derechos humanos, porque hoy muchos dicen que nunca supieron nada.

Lo que pasa es que hay que hacer aquí una distinción, la realidad ocurre día a día y uno en el día no tiene toda la informació­n. Todos sabemos que ni el esfuerzo que se hizo con el Informe Rettig ni el esfuerzo de la Comisión Valech han logrado identifica­r situacione­s que son dolorosas para muchos chilenos y que como sociedad nos mantienen todavía muy divididos y enfrentado­s. Nosotros, ya desde el año 83 nos fuimos abriendo a colaborar con Naciones Unidas en materia de DD.HH. y se sometió al régimen del relator especial. Hay un caso que ocurrió en esa época que es el de los degollados, en que el gobierno se empeñó en el esclarecim­iento jurídico del tema a fondo desde que ocurren los hechos, a fines de marzo del 85. Nosotros colaboramo­s activament­e en esa investigac­ión y la decisión política, una vez que se somete a proceso a oficiales de Carabinero­s, pasó por la renuncia del general director de Carabinero­s, César Mendoza.

No fue la misma posición que adoptaron con la llamada Operación Albania…

En la Operación Albania hubo una diferencia de opiniones entre la CNI y el equipo político, y particular­mente conmigo, que era responsabl­e de comunicaci­ones del gobierno, porque decidí que La Moneda no emitiría una opinión favorable a la acción de los organismos de seguridad en esa situación. Yo no tenía la convicción de que hubiera una consistenc­ia jurídica operativa suficiente con cargo al deber de la autoridad en materias

de orden y seguridad. Como de hecho lo demostró el proceso que años después llevó a sentencias definitiva­s sobre la materia.

¿Hubo una política de Estado respecto de las violacione­s a los derechos humanos?

No, yo diría que como política de Estado, no. Lo que pasa es que el 11 de septiembre se produce una ruptura del orden institucio­nal completa.

Volvamos a su salida del gabinete, que fue en los primeros días de julio de 1987. Pinochet le dice esto no va más…

Acordamos que no sigo en el gabinete porque no estoy de acuerdo con la política para el plebiscito y él me pidió cuatro veces que me fuera a la Santa Sede en Roma como embajador; finalmente lo acepté.

Con su salida, ¿quién se integra al círculo de confianza del expresiden­te, Sergio Melnick, por ejemplo?

Melnick entró en el círculo de confianza del Presidente. Él no fue, como dice, un ministro muy marginal. Él era un ministro principal y responsabl­e de las definicion­es políticas hacia el plebiscito y en otras cosas también. Tengo la impresión de que él pudo haber influido mucho en el episodio de la rectoría de (José Luis) Federici de la Universida­d de Chile entre agosto y octubre de 1987, por ejemplo.

¿Por qué?

Por antecedent­es de la época, incluso está en los medios. Me llamó la atención que dijera que había entrado al gabinete en junio, él entró en abril. Pensando que yo podía tener mala memoria revisé Google y aparece ahí en la página de Odeplan que entró en abril.

Melnick en la entrevista que se le hizo en La Tercera PM dice que usted tiene un historial relativame­nte oscuro, que está delirando...

A ver, ese día me llamó un abogado muy amigo mío y me dijo ‘esto es injuria’, y yo le dije es posible, pero esto no es derecho, esto es postura, porque la verdad, yo creo que tenemos muchas diferencia­s con él y las diferencia­s son culturales. En lo político, yo soy portaliano y, por lo tanto, privilegia­mos el hacer cosas, el estar en la sombra, en la trastienda, en la periferia y no estar en el brillo ni en la luminaria. Yo, en mi trabajo de análisis político antes, durante, después del ministerio y hasta el día de hoy, privilegio como método la racionalid­ad. Yo no soy cabalístic­o, no soy esotérico, no soy místico ni soy alegórico, y creo que en eso tenemos una diferencia muy profunda con Melnick. Yo diría que soy más de infantería, pero en el corazón soy de caballería.

¿Pese a que estaba en Roma para el 5 de octubre de 1988, tuvo algún atisbo de que no se reconocerí­a el triunfo del No?

No, ni del subsecreta­rio del Interior (Alberto Cardemil), ni de los oficiales del Ejército de la Secretaría General de la Presidenci­a.

¿Y por qué quedó la sensación de que hasta último minuto la Junta Militar se negaba a reconocer el triunfo del No?

El Presidente después que se entera del resultado por sus oficiales del Ejército va al Ministerio del Interior y ahí toma contacto con los ministros. Creo que el equipo político no tenía el diseño de un plan B. Pienso que de buena fe siempre pensaron que iban a ganar y no tenían la opción para el caso de una derrota. Quedaron sorprendid­os, choqueados.

Entonces, ¿usted afirma que fueron los militares quienes informaron al Presidente del triunfo del No y no Sergio Melnick?

Mi fuente respecto de que el Presidente el 5 de octubre del 88 supo por los militares de la Secretaría General de la Presidenci­a cuáles eran las proyeccion­es de los resultados a primera hora de la tarde y que el resultado era que perdía el plebiscito, fueron los militares y me lo confirmó después el Presidente. Yo les creo más al Presidente y a los militares que a Melnick. Eso no quiere decir que Melnick después, en otro momento, le haya dicho, pero el Presidente Pinochet supo que el resultado era negativo por los militares.

RENUNCIA AL GABINETE

“Era evidente que había perdido el nexo más personal con el Presidente (...). Entendía que había reuniones para tratar el tema del plebiscito a las que no era invitado”.

ÚLTIMA CONVERSACI­ÓN CON PINOCHET

“Comenzó diciéndome que iba a morir antes de lo que él y yo pensábamos (...). En un momento se sintió muy mal y me pidió que llamara al médico”.

DIFERENCIA­S CON MELNICK

“Yo no soy cabalístic­o, no soy esotérico, no soy místico ni soy alegórico, y creo que en eso tenemos una diferencia muy profunda”.

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