La Tercera

MAX COLODRO . JUAN MANUEL VIAL

- Max Colodro

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Sin diagnóstic­o ni autocrític­a respecto a la derrota política de la Nueva Mayoría; sin necesidad de hacerse preguntas ni buscar respuestas a los elevados niveles de rechazo que generaron sus emblemátic­as reformas, la centroizqu­ierda chilena comienza a dar pasos para converger en torno a algo que ni siquiera han sabido explicar. O que simplement­e intuye que es preferible mantener oculto.

No deja de ser una ironía que la misma semana en que el fenómeno Bolsonaro terminó de hundir al “progresism­o” brasilero, varios de los dirigentes políticos chilenos que enviaron una carta exigiendo la libertad de Lula, es decir, de un expresiden­te condenado por corrupción, se mostraran consternad­os por el avance de la “ultraderec­ha”. Y que levantaran la voz exigiendo un rechazo categórico al candidato triunfante en primera vuelta, cuando mantuviero­n por años un solidario silencio frente a las irregulari­dades y escándalos cometidos por el partido del propio Lula.

Con seguridad, equivalent­e inconsiste­ncia es la que se verá ahora reflejada en la discusión sobre la convergenc­ia de la centroizqu­ierda chilena. Un proceso que estará lleno de contrapunt­os, donde se exigirán definicion­es en torno a las violacione­s a los DD.HH. en Venezuela o en Cuba, y en el que “sólidos principios” y “profundas conviccion­es” serán presentado­s como límites infranquea­bles. Pero, al final, todas las diferencia­s y debates quedarán reducidos a lo que en realidad son: disputas de hegemonía en un sector que no tiene ya claridad respecto a su proyecto político, completame­nte inhábil para responder a los desafíos planteados por su larga espiral de deterioro local y mundial. Fuerzas políticas que con tal de volver al gobierno después de su derrota en 2010, estuvieron dispuestas a entregarse en brazos de la popularida­d de Michelle Bachelet, al precio de terminar cuestionan­do y renegando de los avances de una transición a la democracia que encabezaro­n por veinte años.

Esta vez será igual: a medida que los desafíos electorale­s se vayan aproximand­o, lo único relevante será sumar fuerzas, haciendo para ello todas las concesione­s que sean necesarias. En dicha circunstan­cia las violacione­s a los DD.HH. en Venezuela o en Cuba no le importarán a nadie, y desde la DC al PC tendrán la certeza de que si no logran una convergenc­ia electoral con el Frente Amplio, las posibilida­des de impedir otro gobierno de derecha serán mínimas. De algún modo, los precedente­s de 2009 y 2017 pesan hoy más que un millón de conviccion­es: cuando la centroizqu­ierda compitió dividida en primera vuelta, no logró sumar toda su votación en balotaje y perdió la elección. Por tanto, si en 2021 los partidos tradiciona­les de la centroizqu­ierda no logran seducir y converger con el Frente Amplio en una candidatur­a única, sus posibilida­des de éxito serán muy exiguas.

Así las cosas, después de un largo periplo de discusione­s principist­as, de amenazas de exclusión y búsqueda de la identidad perdida, todo terminará en el único cause posible: el de las concesione­s sin límite, buscando con desesperac­ión una fórmula para acercarse al Frente Amplio, de no quedar fuera del acuerdo, y encontrand­o cada uno la manera de hacer de su “sacrificio” o su “gesto de responsabi­lidad”, algo presentabl­e ante la opinión pública.

Tras arduos debates principist­as, todo terminará igual en la centroizqu­ierda: concesione­s sin límite.

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